sábado, 25 de mayo de 2024
Letter from an unknown woman (1948) | Universal International
El autor que acabaría convirtiéndose en uno de los escritores más leídos del mundo, Stefan Zweig, nace en Viena en 1881 en el seno de una familia judía acaudalada. Este origen le permitió estudiar en la Universidad de Viena, doctorarse en Filosofía y formarse como escritor en el apasionante universo de la vanguardia cultural vienesa. Hablamos de una ciudad que fue durante muchos años faro de la cultura europea, y en cuyos bulliciosos cafés se hablaba a espacio de literatura, de política, de arte, de filosofía. El propio Zweig describe esa época con enorme añoranza y melancolía. Lo hace en su autobiografía, titulada muy significativamente El mundo de ayer (Memorias de un europeo), y publicada dos años después de la muerte del escritor. En esta obra, cuya lectura recomiendo vivamente, el autor vienés lleva a cabo un extraordinario panegírico de la cultura europea que él consideraba perdida para siempre.
Acaso fue ese amargo pensamiento, ese desengaño causado por la creencia en el hecho de que el nazismo se extendería por todo el planeta destruyendo todo aquello en lo que creía el propio Zweig, el detonante en 1942 de su trágico final en la ciudad brasileña de Petrópolis, final compartido con su segunda esposa, Lotte Altmann.
La inmensa obra del escritor austríaco tal vez no se aprecie o entienda del todo si la desgajamos de una de las grandes pasiones de Zweig: la de viajar. El vienés fue un impenitente viajero (Norteamérica, América del Sur, India, Rusia, buena parte de Europa, incluida España) y el viajar le hizo tolerante, le hizo enfrentarse con su pluma y su voz a las empobrecedoras doctrinas nacionalistas, al espíritu revanchista que pudo observar en los albores del nazismo. Le hizo defender con empeño y ahínco la supremacía de la razón y del bien frente a la sinrazón y la barbarie. La necesidad de tener un pensamiento individual y libre frente a las ideologías totalitarias. Pero el viajar también le permitió conocer y tratar a un buen número de escritores, científicos, pensadores, músicos, artistas que dejaron una profunda huella en su vida y obra: Einstein, Rilke, Gorki, Rodin, Toscanini y, claro está, Thomas Mann o Herman Hesse, entre otros muchos.
¿Dónde está el truco, por decirlo así, en virtud del cual sus obras han sido y siguen siendo celebradas por generaciones y generaciones de lectores en todo el mundo? Dejemos que sea Zweig el que nos lo muestre: «El inesperado éxito de mis libros proviene, según creo, en última instancia de un vicio personal, a saber, que soy un lector impaciente y de mucho temperamento. Me irrita toda facundia, todo lo difuso y vagamente exaltado. […] Sólo un libro que se mantiene siempre, página tras página sobre su nivel y que arrastra al lector hasta la última línea sin dejarle tomar aliento, me proporciona un perfecto deleite».
Lo cierto y verdad es que cualquier lector de las obras del austríaco percibe de inmediato su empeño por cumplir ese precepto: el de no aburrir, es decir, el de mantener al lector pegado a la letra impresa desde las primeras líneas hasta las últimas. Baste ahora recordar, por ejemplo, una de las facetas que más fama le proporcionó a Zweig: la de escritor de biografías. Las vidas de Erasmo, Magallanes, Montaigne, María Estuardo, María Antonieta, Fouché o Balzac fueron contadas con enorme maestría y placer por nuestro escritor, y millones de lectores han «vivido» a través de las palabras del biógrafo la andadura vital de todos estos personajes y han podido conocer su legado: desde la integridad de Montaigne hasta el arte de convertirse en un sostenido poder en la sombra de Fouché.
Pues bien, creo que para aquellos que nunca han tenido la gozosa experiencia de leer algo de Zweig el relato Carta de una desconocida, publicado en 1922, puede ser un buen principio. La obra cuenta la historia de un amor imposible: el de una mujer de origen humilde que se enamora a los trece años de un escritor atractivo e inaccesible y que desde ese momento vivirá solo por él y para él. Zweig apenas nos da datos, ni siquiera el nombre de los protagonistas. Lo mollar está en la carta (un pliego de 25 folios) que la mujer le escribe a su enamorado al cabo de muchos años para contarle y contarnos la historia y la evolución de esa pasión que dura más de 25 años, una pasión ineluctable y destructora, que al principio fue la inocente pasión de una niña y más tarde la carnal de una mujer ya hecha. Por culpa de ella, la protagonista lo ha perdido todo: su hijo, su familia, su estabilidad económica. De ahí que el relato en modo alguno sea esperanzador, sino que puede considerarse, al menos yo así lo hago, el retrato de un loco amor, enfermo, atrapante, desequilibrado y obsesivo: «Ninguna te ha querido tan devotamente como yo, ninguna te ha sido tan fiel ni se ha olvidado tanto de sí misma como lo he hecho yo por ti». […] «Yo ya no creo en Dios ni quiero ninguna misa, sólo creo en ti, sólo te quiero a ti y sólo quiero continuar viviendo dentro de ti».
El envés lo encontramos en el galán seductor. Un hombre guapo, esbelto y elegante que vive con vehemencia el momento, pero que es incapaz de darle a su pasión una consistencia en el tiempo. Solo vive el presente: juega, ama y olvida («Porque a ti, ciertamente, sólo te gustan las cosas fáciles, juguetonas, nada pesadas, tienes miedo de inmiscuirte en un destino ajeno»). Por eso, ella es una perfecta desconocida para el destinatario de la carta, una mujer invisible, etérea, aunque tuvieron más de un encuentro amoroso a lo largo de los años: «No me reconociste, ni entonces ni en ningún otro momento, nunca me has reconocido. […] ¡Ni te acuerdas, querido! Tampoco entonces me reconociste — ¡nunca, nunca me has reconocido, nunca!».
Con todo, no se crea el lector que Zweig construye un cursi y almibarado folletín romántico. No hay tal. Al servirse del recurso narrativo de la carta, al hacer que esa carta sea una confesión, el escritor austriaco nos convierte a nosotros mismos en lectores que juzgamos, que debemos plantearnos si lo que siente la autora de la carta es un amor patológico sin más o si todo amor tiene un punto de irracionalidad, aunque no llegue a los extremos de la narradora. O si, por ejemplo, se puede deducir de su lectura, por un lado, que Zweig juzga a sus personajes y acaba castigándolos y, por otro, también nos podemos plantear si en nuestros días existe este modelo de mujer, la que lo da todo a cambio de nada.
El lector interesado, en fin, debe saber que en 1948 se estrenó la película homónima, titulada en inglés Letter from an Unknown Woman, dirigida Max Ophüls, con guion de Howard Koch e interpretada por Joan Fontaine y Louis Jourdan. No es mal complemento a la lectura de la obra de Stefan Zweig. Ojalá tras Carta de una desconocida esa persona interesada se adentre en otros grandes textos del vienés y, por ejemplo, lea Momentos estelares de la humanidad, Mendel el de los libros, El candelabro enterrado o piezas narrativas de más altos vuelos como son Novela de ajedrez o Veinticuatro horas en la vida de una mujer.
ESCRITO POR:
Francisco de Asís Florit Durán es Catedrático de Literatura Española en la Universidad de Murcia
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