viernes, 10 de febrero de 2023
Una víctima del terremoto contempla los daños y el trabajo de los equipos de rescate / Begum Iman, Unión Europea
Últimamente constato que las lágrimas me visitan con más frecuencia que hace cuatro o cinco años, y me pregunto si esa circunstancia será consecuencia natural del paso de los años, o si se deberá a otras razones. Porque puesto a pensar en la causa de este fenómeno me he percatado de que no hay una sola clase de lágrimas, sino muchas y muy variadas. Todas ellas provocadas por sentimientos, entre los que median abismos tan grandes como los que van desde el llanto y crujir de dientes de la Biblia, hasta la furtiva lacrima de Gaetano Donizetti en L’elisir d’amore,o el Llanto por Ignacio Sánchez Mejías de García Lorca.
Los españoles podemos llorar de risa cuando el ridículo de nuestros políticos golpea solemnemente el consolidado equilibrio de nuestras neuronas. Como ha sucedido con el ministro Garzón, que ha declarado que «Por regla general, las mujeres son más propensas a parir que los hombres»; o con la ministra Calviño afirmando: «En mi supermercado los precios de los alimentos han bajado mucho gracias a la reducción del IVA del Gobierno»; o la ministra Reyes Maroto, candidata a la alcaldía de Madrid por el PSOE, que anunció su intención de «entregarme en cuerpo y alma a sus 25 distritos» (que son 21). Dice esto uno del PP, o de VOX, y tiene que venir la UME a intentar rescatarlos de la alcantarilla donde se han tenido que refugiar de las pedradas.
Lloramos también de rabia y asco cuando nos topamos con imágenes de personalidades no de izquierdas intentando acceder a cualquiera de nuestras universidades públicas a dar una charla o participar en un foro. Misión imposible porque los teóricos templos de la libertad, la inteligencia, la tolerancia, las ideas y la democracia han devenido mezquitas del integrismo izquierdista más repugnante. Como sucede también con los medios de comunicación públicos o privados convenientemente comprados por el Gobierno. De ahí también la pena que da el patético chiste del artículo 20 de la Constitución que garantiza la libertad de expresión.
Pero nada de todo lo dicho es comparable con las lágrimas de verdad por la acumulación de desolaciones que nos golpean en los últimos tiempos, y que nos hacen llorar como la única respuesta humana y lógica a lo que está pasando. Hay un antes y un después clarísimamente separados en España por la trágica línea del COVID19, que en dos años nos ha arrebatado más de 120.000 vidas. El tiempo ha ido amortiguando sus efectos aunque todavía continúan, pero no nos ha devuelto la aburrida normalidad en la que nos movíamos antes del 8 de marzo de 2019; el Día de la Mujer que hizo saltar la normalidad de nuestro país por los aires.
La pandemia ha sido universal y ha azotado a todo el mundo, pero ha habido países, especialmente desgraciados, que a esta tragedia han tenido que sumar otras tan terribles o más que ella. Me refiero, claro está, a Ucrania, Turquía y Siria en un primer plano, y a tantos otros cuyas desgracias nos llegan más amortiguadas, como Irán, Rusia, Sudán, Venezuela, o Nicaragua. Una catástrofe como la sufrida por el terremoto de Turquía y Siria nos ha tapado un poco la agonía de Ucrania, que lleva ya un año de inmenso sufrimiento; pero las imágenes que nos llegan de estos tres países hacen saltar las lágrimas a las piedras. El dolor es el mismo, pero la causa no lo es, puesto que en un caso es la naturaleza contra la que no podemos más que suplicar a Dios, y en el otro es provocado por una dictadura humana que hay que erradicar como sea.
Las lágrimas que acuden a mis ojos cada vez que enciendo la televisión y veo la espantosa realidad que están sufriendo esos países son mi pequeño homenaje a los héroes que han ido a salvar vidas y la pobre muestra de solidaridad que puedo ofrecer a quienes por desgracia están sufriendo tanto. Que Dios tenga misericordia de esos pueblos y puedan volver pronto a la vida.
ESCRITO POR:
Ignacio Despujol es Licenciado en Filosofía y Letras, y especialista en comunicación empresarial y marketing. Ha sido profesor en las Universidades Pontificia de Comillas-ICADE, Complutense, Autónoma de Madrid y CEU San Pablo, co-autor de «Comprender el Arte» (Biblioteca UNED) y autor de «La otra cara de la publicidad» (en preparación).
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