Cerrar los ojos – Para ver

lunes, 16 de octubre de 2023

Manolo Solo y José Coronado en Cerrar los ojos (2023) de Víctor Erice / Tandem Films




Cerrar los ojos, de Víctor Erice

En cines desde el 29 de septiembre


Venero el cine de Víctor Erice: misterio, emoción genuina, ética estética, simplicidad artesanal, virtud didáctica, respeto al espectador… Sí, su obra es un vasto territorio educativo, humanístico y civilizatorio, fecundado por su inagotable manantial artístico.

Llevo en el corazón el aldabonazo interior que para mí supuso ver «El sur» durante la adolescencia. Premiada -aun inconclusa- con la Palma de Oro de Cannes en 1983, fue un jalón decisivo para ir descubriendo parte de mis tonalidades interiores. Arcano y narración, silencio y ausencia; secreto, intimismo y sutileza… estaban quintaesenciados de modos que intuí tan reconocibles, que los identifiqué como propios, aun procediendo de la creatividad de otros, Erice el primero.

Fui traspasado de alguna forma por una realidad tan mágica como verdadera y, mirando desde el promontorio de estos casi cuarenta años, afirmo que «El sur» es un cautivador espejo en el que me reconocí y del que siempre regreso renovado… como del resto de las películas del cineasta vasco.

Porque algo muy semejante me ocurrió ante «El espíritu de la colmena» y, de maneras y en intensidades diversas, «El sol del membrillo», «Alumbramiento», «La morte rouge», «Vidros partidos»… Para mí siempre es gozosa la fidelidad al tardo goteo de sus películas, menos de veinte en más de sesenta años.

El encantamiento, el portento, continúan ahora en «Cerrar los ojos», latiendo fuerte con un anhelo elemental: que no sea la última película de Erice; que este lúcido octogenario siga esparciendo arte, sabiduría, sensibilidad… con la generosidad de siempre o más, si cabe.

El filme requeriría un libro para ser explicado como merece, así que sólo ofreceré un puñado de comentarios y ejemplos que insinúen su aguda profundidad.

«Cerrar los ojos» no es indescifrable, pero sí densa, como siempre. Inevitable en un artista insobornable, entregado a la búsqueda y suscitación del misterio, la verdad, la belleza crepuscular inherentes a la vida; ni real ni ficticia, sólo una.

De ahí que la película rebose significación. Aborda asuntos tan intangibles como constitutivos de la condición humana: verdad, pérdida y ensueño; memoria y olvido, perplejidad y recuperación; vida, muerte y pervivencia…

Pero también habla del cine como espejo de sí. O reivindica la sala de cine como hábitat natural de la experiencia cinematográfica, como sede ritual, personal y social de las películas en su formato originario, irreemplazable por la televisión en el claustro doméstico.

El título es antitético para una obra audiovisual: ¿cómo ver cerrando los ojos…? Es necesario, para interiorizar y ver más allá de los sentidos. ‘Cerrar’ invita, sugiere mirar hacia dentro, intuir; pero también invocar, aquí con un sentido recuperador, curativo, sanador.

La película arranca y concluye de un inusual modo simbólico, revelador de la estructura circular del relato: una escultura del dios Jano, divinidad romana de los umbrales, con sus dos rostros contrapuestos, invisibles entre sí; uno joven, viejo el otro.

No menos significativo es el modo de mostrarlo, encadenando planos fijos que aproximan a la figura. Esta gradación reclama la atención, advirtiendo mediante imágenes, silencio y música, que símbolo y metáfora son claves imprescindibles para entrar, salir, habitar y comprender la historia.

«Cerrar los ojos» entraña un original reencuentro creativo, en el que un cineasta vivo -Erice- entabla diálogo visual con otros referenciales colegas difuntos: el iraní Abbas Kiarostami, el griego Theo Angelopoulos, el ruso Andrei Tarkovski, el japonés Yasujiro Ozu, el norteamericano Howard Hawks. Rastros visuales y estilísticos originales de éstos, son redivivos por Erice como culto y tributo, no como plagio. Cine trascendente, como vivo arte memorial.

Toda la obra de Erice es coherente galería comunicante, no auto-referencia narcisista. Aquí recupera los proyectos frustrados de «La promesa de Shanghái» y la mitad de «El sur», reelaborándolos como componentes narrativos de «Cerrar los ojos». Luminoso modo de saldar cuentas con el pasado, con aquello que pudo ser y nunca fue.

ESCRITO POR:

Enamorado de las buenas historias, sean la del cine o las narradas en las películas que ve y los libros que lee. Sobre ellas piensa, habla y procura escribir en La Occidental y otras publicaciones. Es autor «John Ford en Innisfree: la homérica historia de 'El hombre tranquilo' (1933-1952)» y coautor de los libros Cine Pensado, entre otros.