De Willy Brandt a Nicolás Maduro

martes, 15 de octubre de 2024

José Luis Rodríguez Zapatero recibe en La Moncloa a Felipe González y Lula da Silva en 2011 | Pool Moncloa



Al recordar los cincuenta años del Congreso de Suresnes había quedado pendiente explicar, o, al menos, intentarlo, por qué y cómo el partido que inventaron el Departamento de Estado norteamericano, Willy Brandt y los demás líderes socialdemócratas europeos en 1974 para que en España hubiera una opción de izquierda no comunista, cincuenta años después, ya no tiene nada que ver con aquella socialdemocracia y se parece cada vez más a los partidos bolivarianos que impulsa el Grupo de Puebla, es decir, a los nuevos comunistas.

Lo primero que hay que señalar es que hoy ya no existe en Europa una socialdemocracia como aquella. Cuando tras la crisis del Yom Kipur, en 1973, los trente glorieuses dejaron de ser tan glorieuses y los países europeos vieron sus economías frenadas, hubo que esperar a la aparición de Margaret Thatcher en 1979 con sus medidas liberales para que aquello empezara a solucionarse, porque las políticas socialistas no funcionaban. Una prueba de esto es que el laborista Tony Blair no tuvo el menor reparo en poner en práctica políticas completamente thatcheristas. O que el mismo Felipe González, sobre todo en sus primeros años en el Gobierno, puso en marcha muchas medidas liberales (reconversión industrial, privatización de empresas públicas, liberalización de alquileres, …) o propias de la derecha (entrada en la OTAN,…), también sin complejos.

En definitiva, muchos electores descubrieron que eran las medidas liberales de los partidos de la derecha las que mejor garantizaban la prosperidad y los logros del Estado de Bienestar. Además, esos partidos de la derecha, en muchos casos, fueron adoptando medidas socialdemócratas, de manera que los socialdemócratas europeos fueron perdiendo la importancia que tenían cuando inventaron el PSOE de Felipe González.

La segunda importante razón que explica la evolución del PSOE español desde Willy Brandt a Maduro es la eficaz y maquiavélica operación llevada a cabo por los comunistas tras la aparatosa caída de Muro de Berlín y la constatación indiscutible del fracaso del socialismo real; operación que les ha permitido sobrevivir y en algunos países de Hispanoamérica hacerse con el poder y no soltarlo.

Para comprender cómo el PSOE se ha incorporado a esa mutación del comunismo hay que conocer algunos datos de su historia en estos cincuenta años. Cuando Felipe González en 1979 forzó al PSOE a abandonar el marxismo, en aquel PSOE eran poquísimos los marxistas, puede que sólo Luis Gómez Llorente. Pero, cuando arrolla en las elecciones de 1982, dejando al PCE de Carrillo con cuatro diputados, el PSOE se convierte en la casa común de la izquierda y a él se apuntan, casi en masa, muchos de los que sí habían militado en partidos marxistas, leninistas, maoístas y troskistas; de manera que un partido en el que apenas había marxistas se llenó de ellos. Mientras Felipe gobernó, ganando cuatro elecciones seguidas, no existió dentro del PSOE ningún movimiento crítico contra él. Pero más tarde, tras la llegada de Zapatero a la Secretaría General, la influencia de esos militantes de formación marxista, sí se hará sentir.

A Felipe nadie puede acusarle de haber hurgado en la Guerra Civil para enfrentar otra vez a los españoles y, aunque elaboró una Ley del Poder Judicial nefasta, tampoco la utilizó para cargarse la separación de poderes. No dio pasos hacia la conversión de España en una autocracia. Y la prueba es que, cuando pierde frente a Aznar las elecciones de 1996 por menos de 300.000 votos, no se le ocurrió hablar con Izquierda Unida, que había obtenido más de 2.600.000, para impedir la llegada del PP al Gobierno.

Pero Felipe González tropezó con dos obstáculos: la corrupción y el GAL. Si desde Lord Acton sabemos que «el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente», no es de extrañar que, a la sombra del poder de Felipe, que arrollaba en las urnas y en la opinión pública, surgieran sinvergüenzas que se aprovecharan; su fallo, quizás, fue el de no vigilar lo suficiente, pero en las democracias una de las ventajas de la alternancia en el poder es, precisamente, la de castigar a los partidos que no vigilan lo suficiente a sus corruptos.

Sobre el GAL siempre quedarán muchas cuestiones sin resolver. Aquello, además de la discutible moralidad del proyecto, fue una chapuza, pero, cuando ETA estaba matando a casi cien personas por año, no es de extrañar que alguien pensara que atacarles en su refugio francés podría ser una solución. No voy a entrar en el grado de responsabilidad que tuvieron Felipe y sus colaboradores en aquellas acciones (él fue exonerado de todo, aunque su Ministro del Interior y su Secretario de Estado sí fueron condenados), pero lo que para mí es evidente es que Felipe nunca perdonará al PP, ya con Aznar, que le criticara por el GAL, algo que nunca hizo Fraga. Ahí Felipe crio un repudio visceral contra el PP, y cuando digo repudio visceral es porque no me atrevo a decir «odio», que es lo que de verdad creo que crio. Él, que había hecho muchas cosas propias de gobernantes de derecha, que siempre se había mantenido lejos del comunismo, no pudo soportar que la derecha le criticara por unas acciones que él creía que la derecha tenía que apoyar. La cordialidad, que creo que siempre debe existir entre los políticos, aunque sean de distinto signo, y que había existido durante la Transición, cuando Felipe se llevaba muy bien con Suárez o con Fraga, desapareció por completo. Quizás fue un error del PP echar leña al fuego de las responsabilidades de los GAL, pero la reacción de Felipe y del PSOE fue abandonar esa cordialidad y sustituirla por un desprecio, que, como digo, se fue pareciendo cada vez más al odio.

Tras la llegada de Aznar al poder y la retirada de Felipe González, el PSOE pasa por un periodo de crisis y de indefinición; recuérdese que hizo primarias que llevaron a Borrell al liderazgo frente a un Almunia, que aparecía como el candidato del establishment y la beautiful people felipista. Crisis que se agudizó con la mayoría absoluta que logra Aznar en 2000, lo que llevó al PSOE en julio de 2000 a un congreso, que, aunque entonces no se notó, tuvo mucho de revolucionario, porque salió elegido Zapatero, otro joven (39 años) y guapo, que llevaba ya 14 años de diputado y al que no se le había escuchado nunca nada de nada, y es que con él va a comenzar una época en la que el espíritu de Suresnes desaparecerá por completo.

Aquel joven, al que no se le conocía ninguna idea y que se había limitado a votar en el Congreso lo que le mandaba su jefe, es decir, Felipe, tardó un año y medio en empezar a poner en práctica su proyecto político, que se sostenía sobre dos pilares: el odio al PP, al que consideraba heredero de Franco; y la adhesión incondicional a los nacionalistas, a los que animó a que se convirtieran en independentistas.

Esta línea del PSOE de Zapatero contó con el apoyo de muchos de aquellos marxistas que habían entrado en el PSOE después del 82.

Los hitos de su gestión al frente del nuevo PSOE anti-Suresnes son muy significativos: expulsión, en diciembre de 2001, de Nicolás Redondo Terreros del PS de Euskadi y sustitución por Patxi López; encargo a Jesús Eguiguren de negociar con ETA; movilizaciones por el Prestige, que, con la ayuda de los medios afines, consiguió que pareciera responsabilidad del PP, cuando cualquiera comprendía que no era así; más movilizaciones contra Aznar por la guerra de Irak, a pesar de que la apoyó de palabra, pero no mandó a un solo soldado; una huelga general impulsada por la UGT -correa de transmisión del PSOE- cuando la situación económica y del empleo en España era inmejorable; y el Pacto del Tinell, es decir, la firma ante notario en diciembre de 2003 de un acuerdo con los comunistas de Iniciativa por Cataluña y con los independentistas de ERC por el que se comprometían los socialistas a no pactar nunca nada con el PP. ¡Ah! y un comportamiento siniestro cuando se produjeron los atentados del 11-M.

Llegado al Gobierno, Zapatero actuó sin ningún complejo; buscando siempre el enfrentamiento con el PP («nos conviene la tensión»); resucitó la Guerra Civil con la nefasta Ley de Memoria Histórica; espoleó a los nacionalistas catalanes para que elaboraran un nuevo Estatuto anticonstitucional; y se inventó la Alianza de Civilizaciones que era una manera de expresar su desprecio por la Civilización Occidental; y, cuando ETA estaba prácticamente derrotada, le ofreció un pacto para presumir de haber llegado a un acuerdo con ella y presentarse como el protagonista de la paz. Como puede verse, Zapatero fue fiel a los principios que había descubierto cuando decidió odiar a la derecha española y aliarse con los nacionalistas. Su demencial gestión de la crisis económica llevó al PSOE a un fatal resultado en las elecciones del 20N del 2011 y, como el PSOE ya se había convertido en una máquina de poder, al perderlo, el desconcierto se extendió entre sus filas.

El PSOE, como también les ha pasado a los demás partidos, pero a él con más intensidad, con el tiempo se ha convertido en una oficina de colocación, de manera que hay muy pocos cargos públicos socialistas que, si salen al mercado laboral libre, puedan ganar más de lo que ganan como socialistas; así que, desde hace mucho tiempo, el líder, que es el «elector» por antonomasia, porque es el que elabora las listas de las elecciones, se ha convertido en un auténtico dictador, al que no hay quien le lleve la contraria, y los partidos, con el PSOE como máximo ejemplo, en agrupaciones que jalean acríticamente a sus líderes. Esto hay que tenerlo siempre en cuenta a la hora de cualquier análisis de lo que pasa y de lo que puede pasar.

En medio del desconcierto socialista postzapaterista había surgido Podemos, que era la nueva imagen del comunismo pero que estaba teniendo mucho éxito, hasta el punto de que en las elecciones de diciembre de 2015 estuvo a punto de ganar al PSOE de Rubalcaba, y aquello agudizó el desconcierto. Aparecieron algunas voces, pienso en el asturiano Javier Fernández o en el manchego García Page, que parecía que querían volver a las esencias socialdemócratas de Suresnes, pero se impuso Sánchez, que, con la ayuda y el consejo de Margarita Robles -según explica Joaquín Leguina en el libro que le dedica-, descubrió que si se juntaba a todos los partidos que estaban contra la España Constitucional o, simplemente, contra España, podría ganar la moción de censura a Rajoy e instalarse en La Moncloa, sine die.

Sánchez tenía un pequeño problema, que era la falta de una ideología clara, salvo la de una pasión desenfrenada de mandar. Y en los seis años que lleva mandando ha descubierto que la ideología con la que más se identifica es con la comunista de Podemos, ahora Sumar, con sus objetivos totalitarios, que ahora estamos viendo cómo lidera Sánchez, que ha fagocitado a los bolivarianos de primera generación para convertirse él en el bolivariano por excelencia y a su partido en la expresión española del comunismo del Grupo de Puebla.

ESCRITO POR:

Licenciado en Filosofía y Letras (Filología Hispánica) por la Universidad Complutense, Profesor Agregado de Lengua y Literatura Españolas de Bachillerato, Profesor en el Instituto Isabel la Católica de Madrid y en la Escuela Europea de Luxemburgo y Jefe de Gabinete de la Presidenta del Senado y de la Comunidad de Madrid, ha publicado innumerables artículos en revistas y periódicos.