domingo, 24 de marzo de 2024
Holt McCallany, Zac Efron, Jeremy Allen White, Stanley Simons, y Harris Dickinson en El clan de hierro (2023) | A24 y BBC Films
Estados Unidos es país de síntesis. Una pequeña muestra está en dos de sus deportes nacionales, reelaboración de otros tantos, de origen británico. ¿Qué son el béisbol y el fútbol americano, sino sofisticadas recreaciones del críquet y el rugby…? Un eco más ancestral late en el wrestling, identificable con las luchas libre y grecorromana o el boxeo, si bien transformado en una cutre versión tabernaria.
Además de burdo negocio, el wrestling me parece un zafio simulacro deportivo, carente de belleza e interés. Una especie de palurda performance ferial, en que luchadores, medios de comunicación y público fingen, de manera respectiva, realizar y presenciar algo trascendental, aun a sabiendas de tratarse de una farsa, de una absurda banalidad.
Absurdos discursos desafiantes y absurda exhibición de musculatura y testosterona; absurdas peleas entre gladiadores sin armas y con alias; absurdos mamporros simulados, repartidos en ridículas coreografías; absurda parafernalia hortera y absurdas aclamaciones, completan shows falsarios… Hay más verdad en las astracanadas del primitivo cine mudo, aún hoy tan válido para provocar risas auténticas, se sea niño o no.
Con todo, ya he visto al menos dos películas considerables, centradas en el wrestling: «El luchador» y «El clan de hierro», a las que yo añadiría «Foxcatcher», aunque transcurra en el ámbito de la lucha libre olímpica.
«El clan de hierro» me ha gustado más que «El luchador» pero, sin ser extraordinarias, ambas poseen sustancia: factor humano, condición personal, dilema moral, drama vital… encarnados. Aunque en proporciones y hondura diversas, su relevancia acontece fuera de los focos, cámaras y megafonía del cuadrilátero, entre dilemas, aciertos y errores; en la vida sin trucos.
Igual que «Foxcatcher», «El clan de hierro» está basada en hechos verídicos, creciente señuelo de tantas producciones audiovisuales desde hace decenios. Narra la historia de los Von Erich, seudónimo de la familia Adkisson, cuyo patriarca Jack cambió su nombre por el más prusiano y marcial Fritz Von Erich. No tardó en incorporarse al juego su ingenua prole: Kevin, David, Kerry y Mike.
Es lógico reconocer entonces en el tuétano conceptual del propio filme, una pugna intrínseca entre la realidad postiza, simulada, ficcional -los Von Erich- y la verdad solapada y asordinada por aquélla -los Adkisson-. Una contienda esquizoide, de consecuencias cruciales.
El mayor mérito e interés de este filme escrito y dirigido por el joven director canadiense Sean Durkin, estriba pues en sus personajes, el mayor de los cuales es Kevin -bien encarnado por Zac Efron-, eje vertebral del resto. Todo el reparto principal está de hecho convincente, interpretando a seres humanos abrumados por sus respectivos conflictos, contradicciones, fracasos, perplejidades.
Por lo demás, la música pone el contrapunto lúdico con temas de la década de 1980, entre los que destaca el atemporal Tom Sawyer, del mítico trío canadiense Rush. La definida fotografía es mate, apagada. Una certera decisión formal, expresión de este viaje por el reverso tenebroso del sueño americano. En su caso, el arraigado en una insana inversión de las prioridades naturales, en que familia y felicidad; ambición, esfuerzo y sacrificio; éxito y triunfo… no ocupan un escalafón ni orden lógicos.
Las reflexiones planteadas no son pues pequeñas, por cuanto en última instancia, reflejan y dimensionan la fragilidad humana y la efímera esencia de un mundo que, por sí mismo, jamás sacia ni colma.
La historia es trágica y habría sido más devastadora, en manos de un director de mirada desencantada como Darren Aronofsky -el de «El luchador»-, pero el espectador no sufre un calvario. Bien porque Sean Durkin no ha querido o es consciente de no estar aún maduro para adentrarse en intríngulis de mayor envergadura; bien porque era justo dejar constancia de la bonhomía de Kevin Adkisson, gracias a quien en adelante consideraré el wrestling con más consciencia.
ESCRITO POR:
Enamorado de las buenas historias, sean la del cine o las narradas en las películas que ve y los libros que lee. Sobre ellas piensa, habla y procura escribir en La Occidental y otras publicaciones. Es autor «John Ford en Innisfree: la homérica historia de 'El hombre tranquilo' (1933-1952)» y coautor de los libros Cine Pensado, entre otros.
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