jueves, 19 de enero de 2023
Joe Biden in Des Moines, Iowa, in 2020 / Gage Skidmore (flickr)
No estamos aún en el principio del final de la presidencia de Biden. Pero quizá sí en el final del principio. Durante casi tres años, el mandato de Biden ha sido tan tranquilo como un paseo en el Corvette clásico descapotable que guarda en su garaje de Delaware, junto a las cajas de documentos clasificados. Pero la semana pasada cambió todo.
El miércoles, el New York Times publicó una investigación sobre el tráfico de influencias de su hijo Hunter Biden, drogadicto en rehabilitación y aficionado a la pornografía. Esa misma tarde, el Comité Supervisor de la Cámara de Representantes, que ahora está bajo control Republicano, inició su investigación sobre los acuerdos comerciales de Hunter Biden y la posible colusión, por parte de las empresas propietarias de las redes sociales y a instancias del equipo de campaña de Joe Biden para las presidenciales de 2020, para suprimir las noticias relacionadas con los negocios de Hunter.
El jueves, el fiscal general de Biden, Merrick Garland, anunció que el Departamento de Justicia había nombrado un experto independiente para analizar el contenido del garaje de Biden y el descubrimiento de otros documentos confidenciales: Los abogados de Biden los habían encontrado en un armario del think tank de Biden en la Universidad de Pensilvania cuando estaban haciendo limpieza de su despacho días antes de las elecciones de mitad de mandato del pasado noviembre, elecciones que, como el control del Comité Supervisor, los demócratas esperaban perder.
Desde que el último día de febrero de 2020 la victoria de Biden en las primarias de Carolina del Sur lo convirtió en un contendiente medio serio para la nominación presidencial del partido Demócrata, hasta mediados de la semana pasada, cuando el Departamento de Justicia y el New York Times comenzaron a investigarle, Biden había contado con el apoyo de las instituciones estadounidenses: El hombre de las gafas de sol de espejo era el sheriff que sacaría a la banda de Trump de la ciudad. «A grandes males, etc.»
Pero tras dos años de presidencia, las cosas han cambiado. Los Demócratas perdieron la Cámara de Representantes en las elecciones de mitad de mandato de noviembre. Biden es ahora un presidente con las manos atadas, incapaz de sacar adelante leyes importantes, y expuesto a los comités de investigación del Congreso. Él cae en las encuestas; el coste de vida sigue subiendo. Y mientras tanto, la base de votantes Republicanos continúa alejándose de Donald Trump y regresando a la realidad y a Ron DeSantis.
Cuando era candidato, Biden prometió que restauraría la normalidad en la política estadounidense. Pero no hay normalidad a la que volver, solo una cada vez mayor incompetencia y mayor desprecio a las instituciones. Es probable que Biden diga la verdad al afirmar que no tenía idea de que tenía esos documentos clasificados en su despacho. Su mandato es un continuo suceder de «cosas de persona mayor». Las meteduras de pata de Biden son reflejo fiel de una clase política que es incapaz de controlar una nación, y de una nación que ha perdido sus elevadas aspiraciones.
Aun así, podría decirse que el presidente Biden ha estado a la altura del cargo – sin buscarlo. Al igual que Bill Clinton, Biden es ahora un presidente en ejercicio bajo investigación por un experto independiente nombrado por su propio Departamento de Justicia. Al igual que a Hillary Clinton y Donald Trump, se le acusa de guardar documentos oficiales indebidamente y él niega saber nada. Como la mayoría de los presidentes, se encuentra con que su partido ha perdido la Cámara de Representantes en las elecciones de mitad de mandato, y se prepara para un aluvión de comités de investigación. Cuando el New York Times se pregunta si los familiares de un presidente han facilitado a algunas personas el acceso a la Casa Blanca a cambio de dinero, sabes que han regresado los malos tiempos del pasado.
No importa que el artículo del New York Times fuera no tanto una investigación como una absolución preventiva. Durante casi cuatro años, lo obvio no se podía ni mencionar, al menos en entornos «correctos» o en compañía de la gente con poder. La emergencia de Trump hizo imposible darse cuenta de que Joe Biden, un dinosaurio que ha pasado su vida en el fango del Capitolio, es un producto vivo de la corrupción oligárquica y la frustración popular que generó la presidencia de Trump.
La emergencia de Trump aún no ha desaparecido, pero la amenaza está disminuyendo. Para Trump, la posibilidad de presentarse de nuevo es un entretenimiento lucrativo, y ya ha recaudado millones con su medio-promesa de hacerlo. El fantasma de una segunda presidencia de Trump también sigue ganando votos para los demócratas. Las encuestas apuntan a que Biden podría vencer a Trump en 2024, pero no a DeSantis. Biden no ha descartado volver a presentarse en 2024. Tendrá entonces 82 años y terminaría con 86 si gana y sobrevive a todo un segundo mandato. Ninguna trama es demasiado surrealista para la política estadounidense, pero los guiones siempre estarán marcados por el propio interés: Biden necesita a Trump, pero ¿necesitan los demócratas todavía a Biden?
Dominic Green es colaborador del Wall Street Journal y miembro del Foreign Policy Research Institute.
ESCRITO POR:
Dominic Green es colaborador del Wall Street Journal y miembro del Foreign Policy Research Institute y de la Royal Historic Society. Su último libro es «The Religious Revolution: The Birth of Modern Spirituality, 1848-1898»
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