viernes, 31 de marzo de 2023
Eso lo nota cualquiera, porque, efectivamente, la vida política y la vida de verdad en España hoy huelen a elecciones. En primer lugar, porque las va a haber: en mayo, las Municipales, y a final de año, las Generales, a no ser que Sánchez haga alguna trampa filibustera y las atrase hasta principios de 2024. Pero también porque la atmósfera nacional está tan crispada que muchos ciudadanos piensan que la mejor forma de romper esa crispación es escuchar la voz del pueblo para saber claramente qué es lo que piensa y quiere la mayoría: el proyecto sanchista o el del que podemos llamar bloque constitucionalista.
Porque a nadie se le escapa que las próximas Elecciones Generales van a tener mucho de enfrentamiento entre esas dos opciones, se presenten como se presenten.
Esa crispación que está en el ambiente va a dominar también, y sin duda, las Municipales y Autonómicas, de manera que los ciudadanos, o al menos muchos, cuando vayan a votar no pensarán únicamente en quiénes pueden ser los mejores gestores de sus pueblos y ciudades o de la Educación, Sanidad, Obras Públicas y Servicios Sociales de su Comunidad Autónoma, sino en el modo en que los partidos que se presentan están alineados con esos dos proyectos que hoy confrontan en todos los foros políticos y también en la calle.
La influencia del ambiente político general sobre las Elecciones Municipales ha existido siempre y ha servido para que el resultado en ellas fuera premonitorio de lo que ocurriría en las siguientes Generales. El éxito de la izquierda en las primeras Municipales después de la Constitución, las de abril de 1979, cuando se hizo con las Alcaldías de Madrid, con Tierno Galván, y Barcelona, con Narcís Serra, fue el prólogo del gran triunfo de Felipe González en 1982. Como los extraordinarios resultados del PP en las Municipales de 1995 lo fueron de la llegada de Aznar a La Moncloa al año siguiente. Por no hablar de la influencia que tuvieron los malos resultados del PSOE en las de 2011 para que Zapatero arrojara definitivamente la toalla y dejara vía libre para la mayoría absoluta del PP en noviembre de ese mismo año.
Conscientes del peso que tienen las siglas con las que se presentan, los candidatos de pueblos, ciudades y Comunidades procurarán arroparse en ellas si creen que les ayudan, y alejarse cuando intuyan que no es así. Probablemente una de las mociones de censura más evidente que está sufriendo el sanchismo es el esfuerzo que muchos, si no todos, los barones y candidatos socialistas están haciendo por evitar que se les identifique al cien por cien con el proyecto sanchista. Ese afán por desmarcarse de un líder que encabeza una coalición con comunistas bolivarianos, golpistas catalanes y bilduetarras, es la mejor demostración de que lo que los candidatos socialistas huelen en la calle no es precisamente entusiasmo por lo que esa coalición representa.
Por el contrario, los candidatos de lo que podemos llamar centro y la derecha no tienen el menor reparo en aceptar que pertenecen a ese bloque constitucionalista a ultranza, que confronta sin complejos con el sanchismo. Quizás porque recuerdan el éxito arrollador de Isabel Díaz Ayuso, cuando se presentó en mayo de 2021 a las Autonómicas de Madrid con la radical disyuntiva «¿Comunismo o libertad?» como lema.
De manera que el olor a elecciones no va a dejar de estar presente en todo el año.
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