Evita los carteles y déjate llevar

viernes, 31 de marzo de 2023

Idilio en el mar, de Joaquín Sorolla y Bastida / Hispanic Society of America, Nueva York (via Wikimedia Commons)




España y el mundo hispano. Tesoros del Museo y Biblioteca de la Hispanic Society
Royal Academy, Londres, hasta el 10 de abril


Ir a una exposición con dos niños menores de 3 años es todo un reto. Pero a mi marido y a mí nos gustan los retos, y también el arte. Además, viviendo fuera de España, todo lo que tenga que ver con nuestra patria se saborea y valora mucho más. Por eso, cuando vi en el metro el retrato de Goya de la duquesa de Alba anunciando la exposición, no dudé en comprar entradas.

Ir a la «Royal Academy of Arts» es una experiencia en sí misma. Dejas atrás el bullicio de Piccadilly y entras en un patio enorme presidido por Burlington House, la mansión del s. XVII que aloja la Academia. Tras subir la majestuosa escalera principal, una sala de techos altos y paredes pintadas de color mostaza te da la bienvenida a la exposición «España y el mundo hispano».

Las obras de arte expuestas provienen del Museo y Biblioteca de la «Hispanic Society of America», fundada en 1908 por Archer M. Huntington en Nueva York. Huntington se había enamorado de España, de su historia y cultura. Gracias a sus largos viajes, las amistades que fraguó, y las tertulias con intelectuales y coleccionistas, Huntington pudo crear una de las colecciones más completas de arte hispano fuera de España. La exposición muestra más de 150 piezas que abarcan desde vasijas de la cultura campaniforme y otras joyas de la época prerromana, hasta cuadros de Velázquez, Goya, Sorolla o Zuloaga. Fue Huntington quien encargó a Sorolla la decoración de las paredes de la Biblioteca de la Hispanic Society, para lo que el artista sugirió representar el paisaje y las gentes de las distintas regiones de España. Así fue como nació su obra Visión de España, cuyo boceto de Castilla, de 7 metros, cierra la exposición.

Una parte importante de la exposición está dedicada al descubrimiento de América. De no ser por la información que acompaña a las obras, habría disfrutado mucho de esta sección. Pero los carteles muestran una visión sesgada —cuando no directamente tergiversada— de los hechos. Se centran en lo que se supone hicieron mal los españoles de entonces, la famosa leyenda negra, ignorando por ejemplo las universidades que los españoles fundaron al poco de llegar o el hecho de que, al contrario que los ingleses de entonces en el norte, los españoles sí se mezclaron con la población indígena, dando lugar al mestizaje. Me quedé con un sabor amargo y la impotencia de no poder hacer nada al respecto, más allá de escribir esta reseña. Pero eso no me impidió disfrutar de algunos auténticos tesoros.

Entre ellos el cuadro de «Santa Emerenciana», de Zurbarán, que no había visto nunca y en el que la textura del brocado y de la seda están tan bien hechos que parece que se pudieran tocar. O, ya en la sección de América, el mapamundi de Vespucci de 1526, donde está en blanco (por no haber sido explorada aún) toda la mitad oeste de América. O un mapa del río Ucayali en Perú, principal afluente del Amazonas, preparado por misioneros franciscanos con la ayuda de artistas locales, y que tiene dibujos de la fauna de la zona y de las gentes y sus costumbres. O un enconchado —óleo sobre madera con incrustaciones de nácar— de 1696 del mejicano Nicolás de Correa escenificando las bodas de Caná. Uno de los cuadros que más me gustó fue «El Costeño» de José Agustín Arrieta, de 1843, representando un chico negro con una cesta de frutas. Quizá porque yo no he visto muchas personas negras representadas en cuadros. Pero sobre todo por el contraste de colores.

La última sección de la exposición contiene obras de Goya, Sorolla y Zuloaga, entre otros. Para mí, el clímax de la exposición. Es una suerte poder ver obras de arte en directo. No sólo se puede apreciar cada detalle, cada pincelada, sino que además parece que el propio cuadro crea un ambiente a su alrededor del cual siento que también yo paso a formar parte. Soy de las que veo un cuadro de cerca, de lejos, de un lado y del otro. Y si pudiera, me subiría a una escalera para verlo desde arriba. Sigo viendo la exposición y luego vuelvo a los cuadros que más me han gustado, aunque tenga que volver a atravesar varias salas.

Como toda buena exposición, esta también acaba con una tienda bien surtida. Me encantan estas tiendas. Saben cómo hacer que piques. Hay mil tonterías que no piensas que pueda haber en una tienda de un museo pero que son muy originales. Al final siempre compro postales de cuadros de la exposición y, por qué no, alguna que otra tontería. Esta vez, un paraguas con el mango en forma de pato y, como ya era la hora de comer, higos con chocolate de Extremadura.

Fin de la visita, reto superado. El cuadro favorito de mi hija de tres años es «el de los niños jugando en el agua» de Sorolla. ¿Por qué no llevar más a menudo a los niños a los museos? Nosotros, desde luego, lo haremos.

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