sábado, 6 de abril de 2024
Donnie Ray Jones, Flickr
Imagino que están al tanto de que Francia ha incluido en su carta magna el derecho al aborto. No es que lo haya aprobado en una ley y le haya quitado así todo estigma social al asesinato premeditado de una vida humana en el vientre materno –como tienen casi la totalidad de los países occidentales–, no. El avance es que Francia, que tanto luchó por la democracia, la libertad, la igualdad y la fraternidad, ha incluido esta semana el aborto como un derecho humano, fundamental, esencial.
Ahora podemos decir que Francia es abortista. ¡Qué pena! Francia, que tiene tantas cosas buenas y maravillosas, de un plumazo me parece el país más gris de todos. La vida humana se queda desprotegida, la vida deja de ser un valor, un derecho a proteger. Protegen sus vinos con celo, pero la vida de un aún no nacido no merece la misma protección. ¿Qué has hecho, Francia? Ahora tus maravillosos quesos seguro me saben a podrido, como esa nueva alma con la que te vistes. Tus llanuras maravillosas, que recorro cada año y en las que sueño, seguro se me tornarán aburridas, anodinas. Tus dirigentes le han quitado el valor a la vida, y lo han rubricado y vestido de ese halo de logro feminista perverso, que poco a poco se impone.
El feminismo no es matar al hijo, es traerlo al mundo y buscar la solución creativa y generosa a un problema, a lo inesperado. Quitarse un problema, eliminar al que sobra, borrar lo que no gusta… eso es perverso, propio de hombres y mujeres que sólo se buscan a sí mismos y encuentran entre ellos la mediocridad del cobarde, fruto del miedo.
El feminismo es integrador, es lucha, es entrega, es conciliación y generosidad. Feminismo no es abandonar la propia feminidad, ni esconderla, ni siquiera querer ser otro. Feminismo es quererse como se es, sabiéndose igual. Ni más ni menos, igual.
Feminismo es ver el mundo con ojos de amor y descubrir al otro como verdaderamente es. Sin tanto análisis, sin comparaciones que lo único que hacen es enfriar el ambiente, desalentarnos y darnos una imagen no real; y el feminismo es, o debería ser, cálido, como el abrazo de un madre. Esa madre que sólo puede ser mujer y sufre con cada hijo que muere. ¿Qué hay más atroz que matarlo en su propio seno? ¿De verdad eso es feminismo?
Nadie con algo de ciencia, estudio o sentido común puede pensar que la mujer embarazada no espera un hijo. El debate científico queda superado por todo el conocimiento que tenemos. El óvulo fecundado es un nuevo ser desde el primer momento y desde ese instante posee ya su propio código genético, sus propias células, distintas a las de la madre que lo porta en su seno, lugar necesario e imprescindible para su desarrollo, diferente del padre que espera fuera su llegada. Ese ser es un niño que viene, que está en camino.
Si se le deja, será en 40 semanas, algo antes o tal vez días después, un bebé precioso al que le quedará aún bastante para ser un niño, más o menos autónomo, y de ahí pasarán algunos años hasta que llegue a su adolescencia, donde romperá con todo para convertirse en un adulto pleno. Podríamos decir que el hombre y la mujer, el ser humano, es la criatura de la naturaleza que siempre está esperando a completarse, pues su evolución es continua, desde su fecundación hasta su muerte, y a la vez, en cada una de esas etapas posee su propia dignidad.
El embrión, el feto, es el invitado a la vida. Se le espera siempre. Es el ser que viene. Puede ser un invitado inesperado, pero eso no ha de costarle la vida. Lo inesperado es muchas veces lo mejor que nos pasa, precisamente por eso, por espontáneo, por salirse del esquema. El miedo que lo inesperado nos provoca no ha de aplacarse eliminándolo; eso solo trae más dolor, insatisfacción, trauma y sufrimiento.
Como Estado uno puede legislar pro aborto, ayudando a esa madre a quitarse el problema de encima, haciendo que sea en un lugar seguro, sin que corra más riesgos. Y puede ponerse del lado de la madre ofreciendo alternativas, ayudando a las familias, aliviando el miedo, la ansiedad y la preocupación. Pero introducir el aborto como derecho fundamental es uno de los atentados más grandes que hay en democracia. Pues si ahora la vida del que trae más esperanza queda desprotegida, toda vida quedará así mismo desprotegida. ¿Qué valor tendrá entonces la vida del que sufre, del limitado, del que padece, del que estorba o es costoso al sistema? En Francia ya han abierto esa puerta.
Y me pregunto yo… ¿Obligará la nueva Francia a todos sus médicos a practicar abortos o dejará que cada uno sea libre y obre en conciencia? Porque aquí chocan dos derechos y a saber qué nos dicen ahora sobre cuál de los dos es más feminista.
Sé que las ministras más comunistas del gobierno español, en ese alarde de feminismo diabólico que proponen, han pedido proteger el aborto como ha hecho en Francia. Espero que al menos en esto España entera se levante y defienda que España no es un país abortista y que, aunque tenga aprobada su ley, seguimos defendiendo la vida como valor supremo del ser humano y anterior a todo Derecho.
ESCRITO POR:
Periodista española afincada en Alemania, escribe sobre tendencias y estilo de vida.
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