jueves, 8 de diciembre de 2022
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Con un cinco raspado aprobé las clases de economía de mi facultad de periodismo en Madrid y si no llega a ser por mi amiga Clara, por el padre de mi compañera Sara y la minúscula chuleta de caracteres nemotécnicos, no habría logrado ese cinco para la gloria. Pero algo sí me quedó en la memoria: cuando sube el interés, sube el precio del dinero.
Todos los países de la Unión Europea, las dos Américas y casi resto del mundo bailan y sortean una de las inflaciones más altas de los últimos 30 años, y los principales bancos centrales a ambos lados del océano, el Banco Central Europeo y la Reserva Federal, han subido el interés. Si no fuera por lo que aprendí hace ya veinte años, pensaría que se han enamorado uno del otro. O que, como decía mi abuelo, «se hablan».
No hay que ser un hacha de las finanzas para darse cuenta de lo caro que está todo. Aquí en Alemania me ha subido la cesta de la compra tanto que ahora tengo que gastar el doble para llenar el carro como lo llenaba hace dos años, antes de la pandemia. Los expertos dicen que la última cifra, la de octubre, es de un 10,4 por ciento interanual. No sé. Para mí que más. Miedo nos da llenar el tanque de aceite para calefacción porque el precio por litro dobla al precio de hace un año y lo mismo me pasa con el Auto-gas, aunque este sí toca repostar una vez a la semana; y a pesar de todo me alegro de haber hecho esa modificación al coche, porque hoy estaría arruinada por la gasolina.
Lo mejor de todo es que hablo con mi madre y me comenta lo mismo; y Anto, mi íntima de Colombia, también me comenta que los precios están fuera de sí, que tienen la tasa de inflación en un 11,4 por cien, la más alta de su historia según el Departamento Nacional de Estadística. Subo de hemisferio y otra de mis amigas, recién llegada a Estados Unidos, me comenta en sus audios que ya no mira el precio de la comida, «que sea lo que Dios quiera», se resigna. Pero que cada plan que hacen de familia, son cinco, roza los 500 euros y que toca bajar el ritmo porque a la inflación, que allí es algo menor, se le ha unido el cambio de país y … ¡qué caro está todo!, everything is so expensive!, alles ist teuer geworden!, ¡ozú!, que dirán en Andalucía.
No entiendo muy bien este fenómeno mundial de precios desorbitados. Creo que alguien nos está tomando por tontos y tratando como a ranas dentro del agua caliente. ¿No conocéis el experimento? Yo no tengo ranas pero dicen que si metes una rana en agua caliente, la rana salta. Pero que si calientas el agua mientras la rana está dentro, la rana acaba acostumbrándose al calor y acaba muriendo.
Pues eso, que nos están calentando el agua y acabaremos muriendo arruinados, sin capacidad de ahorro, con el agua al cuello y muertos de frío, porque después de estas subidas los precios no bajan. Si acaso, se estabilizan, pero no bajan.
Puedo entender que los precios se desorbiten, crezcan e incrementen por el exceso de demanda. Tantos meses encerrados, tanta parálisis económica provocada por el dichoso virus… ¿Y si le sumamos la guerra? La situación empeora. ¿De verdad creían que se podría confiar en Rusia? Yo no es que sea desconfiada, pero sólo hay que conocer la historia para saber que la subida y el sabotaje a la energía es un clásico chantaje de patio de colegio. ¡Si es que nuestros políticos son como niños! ¡Ay mi querida Merkel qué buena e ingenua!
Rezad, poned velitas a San Nicolás y desead no tener que pedir un crédito para arreglar un coche, comprar una lavadora nueva o arreglar la boca de alguno de vuestros vástagos, porque el interés del crédito al consumo sale a precio de riñón, esto es: 7 por ciento. Y si bien todos los expertos en economía y finanzas dicen que España, y el mundo en general, parte de una situación económica mejor de la que había en 2008 –año de la anterior crisis– el riesgo de que familias y PYMES se enfrenten a impagos sigue siendo grande. ¿Y qué hace nuestro «encantado de conocerse» presidente? Pide a los bancos ayudar a los que están en riesgo y les clava el cuchillo del impuesto a las grandes fortunas. Bien querido. Muy bien. Como si los clientes de banca, es decir todos, no fuéramos a pagar ese impuesto. Además, por si fuera poco, la previsión para 2023 es de recaudar a través de los impuestos, especialmente el IVA y el IRPF, 200.000 millones, 13.000 más que este año que acaba, un 7,7 por ciento récord histórico. No creo que destinen o aumenten las partidas a ayudar a los empresarios, autónomos o gente de bien en general que veremos cómo nuestros bolsillos se vacían rápido y somos más pobres que nunca. Imagino que parte irá a pagar a sus socios, a su red clientelar, a su campaña política… porque entramos en año de elecciones.
¡Ay! Ya podríamos tener en un ministro de finanzas que nos dijera cosas bonitas; «que el Estado se beneficie en un momento así, en el que todo se ha encarecido, no es justo». Cierto, no lo tenemos, esto lo dijo el ministro Christian Lindner, 43 años de belleza cincelada en un rostro y rubio con barba casi hipster y ministro alemán del ramo. El joven anunció el tercer paquete de ayuda para frenar la crisis energética: 65.000 millones de euros. Un gobierno multicolor, lleno de carencias, ¡se pone de acuerdo para aprobar ayudas y aliviar la carga de los ciudadanos! Y sin ceder a barbaridades secesionistas o de terroristas metidos en política. ¡Ah, sí, que aquí no tienen terroristas en el poder!
Realmente espero que pronto bajen los precios de la luz, el gas, la gasolina, el pan, la leche, la carne, las patatas, los huevos… Mientras, me toca ajustar mis finanzas, como haría el tío Gilito –otro gran magnate de mi infancia– ajustando mis gastos, presupuestando el ahorro, aprovechando ofertas y gastando lo justo. Lo que no sé es cómo hacerlo ahora que llega la Navidad y todos esperan sus regalos junto a sus zapatos limpios.
*Datos de Inflación de septiembre y octubre de 2022.
ESCRITO POR:
Periodista española afincada en Alemania, escribe sobre tendencias y estilo de vida.
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