jueves, 19 de enero de 2023
Recreación de la película de Pixar «UP» / CEA + (flickr)
El ayuntamiento de mi pueblo me invita de nuevo en 2023 a participar en «talleres» para los mayores. Yo siempre les contesto que aceptaré encantado siempre que no llamen «taller» a mi colaboración; a) porque no voy a cambiar los filtros, ni a medir los niveles de aceite de mis oyentes, y b) porque me parece una cursilada. Siempre acceden y a mis cursos de inglés los llaman cursos; a las charlas de arte, charlas; y al trimestre de filosofía, ágora. Con lo que todos contentos y a pasárnoslo bien, que es de lo que se trata.
Ahora me han pedido que participe en una especie de ciclo de conferencias que han organizado bajo el repelente título de «La felicidad en la tercera edad». He aceptado porque no pone «taller», pero no he llegado a tiempo para cambiar lo de «tercera edad», con lo que no sé cómo me va a salir. En fin, tampoco es cuestión de pasarse de fino, así que he aceptado y pergeñado las líneas maestras de lo que voy a decir, partiendo del hecho incontestable de que la felicidad de los mayores no tiene nada que ver con la de sus hijos, y mucho menos con la de sus nietos.
Llegar a conseguirla es el objetivo común de todos ellos, hombres y mujeres; pero a falta de espacio me voy a limitar a señalar algunos peligros que se interponen solamente en el camino de los varones a la hora de esforzarse por alcanzar tan ansiada meta. Preparar las técnicas de huida necesarias para cada caso concreto debería ser el objetivo primordial de todos los que lean estas líneas y las compartan con sus amigos y conocidos.
Empezando por la revisión médica anual, que presenta innumerables dificultades de escapatoria, porque su mujer – o si es moderno, su pareja -, está dotada de un infalible GPS que, en cuanto llega la primavera, la lleva indefectiblemente a recordársela una y otra vez, hasta que se rinde. Pues bien, la recomendación cuando algo nos parece inevitable, es procurar encontrarle la parte positiva. Como por ejemplo en este caso, ir obedientemente al centro de salud; pero una vez allí animarse si la médica es guapa y utilizar las armas de caballero antiguo para hacérselo saber, aprovechándose de que será la única ocasión durante todo el año en que una mujer joven permanecerá obligatoriamente sentada escuchándole a uno.
La segunda huida fundamental es la de cuando hay que ir a devolver «unas cositas» a El Corte Inglés. Si la encerrona es inevitable, y se espera que el marido conduzca el coche porque no le ha dado tiempo a apuntarse a una tanda de Ejercicios Espirituales en los jesuitas, lo mejor es solidarizarse con los otros que se encontrará por allí deambulando como zombis. Éste es uno de los corporativismos más antiguos que se recuerdan en nuestra patria, y de los que deparan mayores satisfacciones, porque es tal vez el único momento en el que las diferencias políticas se diluyen por completo. De tal manera que no es nada raro encontrarse a uno de ERC, de visita por Madrid, compartiendo aburrimiento con uno del PP, mientras esperan órdenes en la planta de Oportunidades.
He dejado para el final la tercera necesidad de huida, que es la más difícil de todas porque afecta a los que van a misa. El sino de estos está directamente relacionado con el rito litúrgico al que han acudido por ser domingo, y comienza inexorablemente cuando su mujer les da con el codo para que canten Juntos como hermanos, en el momento que el cura sale de la sacristía. Esto es tremendo, porque no hay un solo español que se atreva a cantar en la iglesia lo suficientemente alto como para que se le oiga. Es algo genético, heredado de los padres y los abuelos, que eran muy conscientes de que los únicos que cantan bien en los templos son los protestantes. El ser humano sólo busca en esta vida la felicidad. Circunstancia dificilísima de alcanzar, y que generalmente se persigue en un continuo proceso de insatisfacciones que se llama dialéctica; menos en el caso de los mayores, que sólo la lograrán si consiguen huir de las circunstancias que aquí se señalan; así como de todos los «talleres» y festejos que la sociedad les prepara para que no den la lata.
ESCRITO POR:
Ignacio Despujol es Licenciado en Filosofía y Letras, y especialista en comunicación empresarial y marketing. Ha sido profesor en las Universidades Pontificia de Comillas-ICADE, Complutense, Autónoma de Madrid y CEU San Pablo, co-autor de «Comprender el Arte» (Biblioteca UNED) y autor de «La otra cara de la publicidad» (en preparación).
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