domingo, 18 de diciembre de 2022
Joshua Hanks / Unsplashed
Me cae bien José Luis Garci. Un septuagenario tardío, capaz de reajustar su concepción de la vida soltando lastre y hojarasca, manteniendo además una simpatía y entusiasmo a prueba de mezquindades… va camino de ser un sabio digno del mayor respeto.
Hace muchos años y gracias al amigo que me invitó, pude hablar con él después de que lo premiaran en un festival. «You’re the One» estaba en los cines, me había gustado y no perdería nada por intentar cruzar una palabra con Garci, por quien mi aprecio había trascendido sus películas. Gracias sobre todo a «Qué grande es el cine», aquella cinéfila escuela semanal suya, hoy continuada en «Classics».
Como un ave rapaz, lo abordé durante el piscolabis, cuando dejó a sus contertulios para buscar el aseo. Me permitió acompañarlo y durante y tras la evacuación, ahí estuvimos los dos charlando sobre Julia Gutiérrez Caba, Juan Diego, Asturias… Una pedestre muestra de normalidad, que para mí trasluce un atisbo de autenticidad personal.
Me gusta su cine, en especial, hasta «Tiovivo c. 1950», incluida. Hay en él un motivo guadianesco, poco mencionado pero pienso que digno de estas letras: la Navidad. Cuando surge, parece impregnar todo como un bálsamo aliviador de heridas interiores, históricas, sociales.
Garci no suele representarla en su esencial sentido cristiano, pero tampoco evita mostrarlo si viene a cuento. En cualquier caso, siempre recurre a medios tan cinematográficos como variados de representarla o de aludir a ella. Sea mediante diálogos, extractos radiofónicos, recreando una función navideña o el instinto maternal de unas monjas, rodando durante esas fechas en exteriores madrileños o neoyorquinos…
Extrae su Navidad de un arcón personal de recuerdos y sensaciones, entre los que tantos espectadores parecen reconocerse. Otra pequeña muestra de esa popularidad que su cine llegó a tener en España, hasta mediada la primera década del siglo presente.
Este escritor disfrazado de cineasta -cierto que a veces algo melodramático y teatral-, recrea su Navidad buscando infundir ese no-sé-qué hogareño, más o menos entrañable y convencional, todavía reconocible para buena parte de nuestra sociedad. Es más, su Navidad suele aparecer como un tiempo de pertenencia a una comunidad humana; de coexistencia más intensa con las personas más queridas. Por eso su Navidad es más común que suya. Así ocurre en producciones de todas sus etapas: las mencionadas antes, «El crack dos», «Canción de cuna»…
Es lógico suponer que, en el fondo, haga homenajes a esos clásicos de sus amores hollywoodenses o patrios, para retener siquiera una chispa de esplendores que siempre serán irrepetibles. Hablo de «Qué bello es vivir», de Frank Capra; de «Las campanas de Santa María» o de «Tú y yo», ambas de Leo McCarey; de «Plácido», de Luis García Berlanga…
Títulos, éstos o aquéllos, cuyos pasajes navideños están impregnados de ambivalencia. Todos transmiten o refieren a la alegría de la Navidad, sí. Pero no tanto a la consumación de una felicidad plena, cuanto a una alegría atenuada por nuestra condición humana, personal y común: justo la clave en que cada partitura es interpretada, en que cada partido es jugado, en que cada combate es librado.
Porque nadie puede ser ajeno al inexorable avance del tiempo, al recuerdo de personas amadas ya ausentes, a la erosiva caducidad de la vida, a nuestra inevitable resistencia a asumir su fugacidad.
Mirada en esta tonalidad mate, la Navidad es un tiempo paradójico de melancolía y nostalgia…: el de los más intensos deseos no realizados, por mucho empeño, talento y presupuesto que inviertan los publicitarios en sus campañas.
¿Será porque el portento y la magia entrañan más el amor y su fuerza, que artificio y efectos especiales? ¿Tendrá algo que ver en todo esto la más inconcebible de las historias, según la cual Dios se hace hombre para estar con cada uno de nosotros, por puro amor y más allá de nuestro rechazo? La Navidad según Garci alberga en realidad la más humana y civilizada de todas las tradiciones, en que el milagro de la armonía, la comunión, la paz del corazón, pueden ser más posibles. Lo cual es tanto como procurar transmitir una herencia viva, recibida y quizás entregada a quienes aparezcan tras su paso, tras nuestro paso.
ESCRITO POR:
Enamorado de las buenas historias, sean la del cine o las narradas en las películas que ve y los libros que lee. Sobre ellas piensa, habla y procura escribir en La Occidental y otras publicaciones. Es autor «John Ford en Innisfree: la homérica historia de 'El hombre tranquilo' (1933-1952)» y coautor de los libros Cine Pensado, entre otros.
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