«La noche del cazador», de Davis Grubb

miércoles, 9 de abril de 2025

Robert Mitchum en «La noche del cazador» (1955) | United Artists



Ganar corazones para la literatura (VII)

Cuando en su obra Vidas de los doce Césares Suetonio se dispone a describir el lado oscuro y abominable de Calígula, se expresa así: «Hasta aquí he narrado su vida como príncipe, ahora narraré lo que queda de ella como monstruo». Pues de otro monstruo (Harry Powell, el protagonista de La noche del cazador, publicada en 1953) quiero ocuparme en esta nueva entrega de «Ganar corazones para la literatura». El autor de la novela fue Davis Grubb (1919-1980), nacido en el estado de Virginia Occidental, junto al río Ohio, que es el espacio físico y literario donde localizará su obra durante la época de la terrible depresión económica que asoló los Estados Unidos. De hecho, su propio padre, que era arquitecto, vio cómo sus negocios se venían abajo a causa de la crisis económica producida por la caída del mercado de valores en la bolsa. Asimismo, su madre, empleada del Departamento de Asistencia Pública, le contaba historias del padecimiento de familiares y amigos a causa del tristemente famoso crac de aquellos años de finales de los 20 y principios de los treinta del siglo XX en la que cientos de miles de compatriotas lo perdieron todo y cuyas consecuencias se conocen con el sintagma de la “Gran Depresión”. Grubb echará mano de estas historias y de la lucha de su madre por tratar de paliar el sufrimiento de tantas familias cuando se convierta en escritor estando ya en la ciudad de Nueva York. El propio Grubb describe muy bien las consecuencias en los más débiles (los niños) de ese crac en este excelente párrafo de La noche del cazador: «Había una gran depresión. No era extraño en aquellos años de escasez y miseria ver vagar por los bosques y los campos a niños sin padres, sin comida, sin amor. […] Los niños se veían obligados a valerse por sí mismos como las crías de los animales salvajes: recorrían los caminos de los condados del interior, vagaban por las grandes autopistas, dormían en los graneros o en las carrocerías de los coches abandonados en los vertederos de basura, robaban comida donde podían…».

No son pocas las obras literarias y cinematográficas que tienen como telón de fondo esa época de escasez y miseria. Por no extenderme, recuerdo ahora (y recomiendo) novelas de la importancia de Las uvas de la ira (1939), de John Steinbeck, llevada al cine por John Ford en 1940; y Tallo de hierro (1983), de William Kennedy, también llevada al cine por el director Héctor Barbenco, con guion del propio William Kennedy. 

La novela de Grubb cuenta la historia de Ben Harper, un padre de familia agobiado por la falta de dinero, que en el asalto a un banco mata a dos hombres. En la cárcel conoce a Harry Powell, un asesino en serie, aunque encarcelado por un delito menor, que intenta por todos los medios averiguar, antes de que Ben sea ejecutado, dónde ha guardado este el dinero de su robo al banco. Powell, conocido con el sobrenombre de “el Predicador”, es un individuo enajenado que tiene tatuadas en los nudillos de sus manos dos palabras “Love” y “Hate” (“Amor” y “Odio”) y que, según él, recibe instrucciones directas del mismo Dios. Ben Harper muere en la horca y Powell, libre ya de la cárcel, se hace pasar por un amigo del condenado para intentar descubrir el secreto que Ben se llevó a la tumba y que parece que solamente conocen John y Pearl, los hijos de Ben y su esposa Willa, de nueve y cuatro años respectivamente.

Con todo, lo que quiero destacar es que La noche del cazador sobresale por su ambiente opresivo, lo que la convierte, y es algo que ha sido resaltado por la crítica, en una suerte de anticipo de lo que luego se ha llamado novela de terror psicológico a la manera, por ejemplo, de algunas de las grandes creaciones de Stephen King: pequeña comunidad del Medio Oeste, integrismo religioso, prejuicios, depresión económica, víctimas infantiles. Y es que, en esta novela, y desde luego en la magnífica película homónima, dirigida por Charles Laughton en 1955, y en la que borda el papel de Harry Powell el actor Robert Mitchum, existen momentos que, literalmente, ponen los pelos de punta. Así ocurre en la escena del sótano o en la que Powell trata de sonsacarle a Pearl dónde está escondido el dinero que robó su padre. Les animo a leerlas y por eso no entro en más detalles.

El caso es que esto es así —lo de las escenas que ponen los pelos de punta— porque La noche del cazador trata de la maldad, de lo terrible que puede ser que el mal logre triunfar sobre el bien y sobre la inocencia. Ese mal lo encarna a la perfección el personaje del Predicador, un embaucador que es capaz con notable maestría de presentarse públicamente como un hombre santo, temeroso de Dios, al que todos veneran, mientras que a escondidas actúa como un monstruo ominoso. Creo que hay un momento en el que Grubb pinta perfectamente la verdadera naturaleza de Powell, la de un ser inhumano, animalizado, aterrador, monstruoso. Es el momento en el que John y Pearl logran escapar por el río, y el autor nos dice que Powell «profirió un sostenido y rítmico alarido casi animal, de ofensa, y derrota […] tan antiguo como el propio mal, un alarido vibrante, desigual, que les llegaba por encima del agua y cuyo ritmo ponía los pelos de punta».

Lo aterrador es que solamente John y Pearl perciben la verdadera vesania del Predicador, aunque Pearl, una niña de cuatro años, se pueda sentir en algún momento atraída por el que es su padrastro, como el propio hermano reconoce: «Ahora mami es de los suyos y está de su parte, y Pearl también está de su parte, y yo estoy solo». El sufrimiento, el terror y la angustia de John se acrecientan, precisamente, al saberse solo, pero también a causa del dolor que siente al recordar a su padre ausente, un padre que «nunca regresó a casa un viernes sin traernos un regalo de la tienda de chucherías. Ni una sola vez». Creo, a este respecto, que uno de los grandes aciertos de la novela de Grubb está en el hecho de que los protagonistas infantiles, John y Pearl, son únicamente niños que la mitad de las veces no comprenden lo que les está sucediendo. El autor plasma de modo magistral la forma de ver el mundo y de reaccionar ante él de sus pequeños protagonistas, sin caer en la tentación de hacer de estos unos niños diferentes a los de la vida real.

En fin, la soledad, el desamparo, el abatimiento de los hermanos se verá paliado al llegar a la casa de Rachel Cooper, verdadero contrapunto de Powell. Rachel encarna la bondad, el bien, el amparo, el seguro puerto y la luz frente al mal y las tinieblas. Será el amor que se respira en aquella casa el que logre cicatrizar las heridas de John. Por fin la noche del cazador había desaparecido para siempre, aunque, como bien dice la señorita Rachel, «¡El Señor guarde a los niños! Pues todos ellos tienen su Predicador que los persigue por el sombrío río del miedo y la imposibilidad de expresar lo que sienten y las puertas cerradas».

ESCRITO POR:

Francisco de Asís Florit Durán es Catedrático de Literatura Española en la Universidad de Murcia