miércoles, 17 de enero de 2024
Brady Hepner, Dominic Sessa, y Jim Kaplan en Los que se quedan (2023) | Miramax, Focus Features
Quizá sea una perogrullada decir que el cine es, junto a literatura, teatro o música, un medio narrativo privilegiado para vérnoslas con historias y designios de entidad mayor. Para mí es una certeza, consolidada conforme —en la feliz expresión de Garci— «cumplo películas».
Mucho —o todo— tiene que ver en esta verdad el cuentacuentos, el relator; es decir, quien relata —no quien relaciona o media, según la aberrante acepción político-periodística—. Destacan entre ellos los narradores audiovisuales anglosajones, con toda su profusa y compleja variedad.
Uno de ellos es Alexander Payne, autor de películas tan considerables como «A propósito de Schmidt», «Entre copas», «Los descendientes» o «Nebraska». Su nuevo filme es «Los que se quedan», la traducción de cuyo título original, «The Holdovers», sería «Los supervivientes».
Payne me parece uno de los directores más sólidos del actual panorama fílmico yanqui y ejemplo de consumado storyteller, aun a pesar de ser todavía autor de una más bien reducida obra, de quince títulos en casi cuarenta años.
El de Omaha se sitúa tras las cámaras y las letras, coescribiendo buena parte de los guiones en que compone y desarrolla las historias que luego dirige. Algo bien lo hará, pues en apenas siete años logró sendos Oscar al mejor guion adaptado, por «Entre copas» y «Los descendientes». A ver qué ocurre esta vez.
Una decisión creativa me atrapó desde el primer fotograma de «Los que se quedan». Su fotografía y títulos de crédito, más luego muchos planos y encuadres, siguen el diseño y la estética de los de muchas producciones cinematográficas y televisivas de inicios de la década de 1970.
Una elección más bien coherente, pues el relato transcurre durante la Navidad de 1970/71. Pero más que cabal, porque convierte toda la narración en un viaje temporal, dentro del cual termina por acontecer otro espacial, ambos surcados por los diversos desplazamientos dramáticos.
La sustancia de «Los que se quedan», vuelve a ser la definitoria de los filmes de Payne. Radica en un hondo conocimiento y versátil tratamiento de la condición humana, con un insistente énfasis en la familia y la amistad, impregnado de ambivalente sentido del humor.
Estas expediciones intergeneracionales, son articuladas con las brillantes progresiones e inflexiones dramáticas señaladas. Evoluciones que motivan el paulatino reajuste y crecimiento de los personajes principales; aquí un profesor de Historia Antigua, uno de sus alumnos adolescentes y la cocinera del centro educativo donde aquéllos conviven.
También late en estos desarrollos una suerte de privilegio exclusivo del espectador, testigo de acontecimientos resolutivos de los que poder extraer una íntima identificación, enseñanza y aplicabilidad personales. La sensación de movimiento y avance resulta así intensa, con y sin viaje físico.
Payne maneja materiales preciosos, desde una perspectiva crepuscular. Su relato plantea correspondencias entre los simultáneos tránsitos natural, espiritual y existencial; reflexiona sobre identidad, pertenencia y pérdida; los vínculos con el pasado, los errores y temores; las alegrías —escasas—, los fardos, cicaterías y miserias, los anhelos y aspiraciones, los barruntos de grandeza; la supervivencia, el influjo de los vestigios vitales e históricos… Estos y tantos recursos terminan dotando a «Los que se quedan», de una veta humana crucial: la posibilidad de rectificación y reinicio, siempre posibles aun cuando todo parece perdido.
Este desafío creativo, sirve además a Payne para diseccionar la idiosincrasia norteamericana, buceando con arpón afilado por el clasismo elitista de Massachusetts. Como ya hiciera con las mentalidades de entornos tan dispares entre sí como California, Colorado, Hawái, Nebraska…
Estamos pues ante una singular recreación de cuento navideño dickensiano, pasado por la precisa túrmix Payne, con su impopular y solitario personaje central —memorable Paul Giamatti—, su convivencia y reencuentro con los propios fantasmas pasados, presentes y potenciales, etc.
«Los que se quedan» merece, en fin, un tiempo tan bien invertido en uno mismo como en los demás, siempre que su historia sea asumida como una oportunidad propia.
ESCRITO POR:
Enamorado de las buenas historias, sean la del cine o las narradas en las películas que ve y los libros que lee. Sobre ellas piensa, habla y procura escribir en La Occidental y otras publicaciones. Es autor «John Ford en Innisfree: la homérica historia de 'El hombre tranquilo' (1933-1952)» y coautor de los libros Cine Pensado, entre otros.
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