jueves, 16 de marzo de 2023
Jóvenes del Movimiento Apostólico de Schoenstatt en la explanada del Catillo de Javier, Navarra / Gonzalo Navas-Migueloa
Hace unas semanas, desde la parroquia, nos pidieron colaborar en la organización de la Javierada, una peregrinación al lugar de nacimiento de San Francisco de Javier, que como su nombre indica está en Javier, Navarra, y que se hace cada mes de marzo en honor al santo. Lucía, mi mujer, que es más buena que el pan, siempre dice sí a todo, así que poco después me vi reunido con varios «viejos» expertos dando forma a la edición de este año.
Llegó por fin el día: carretera y manta. Y radares. Se ve que tenía ganas de llegar, porque me riñeron varias veces por ir rápido. Llegamos al destino, que resultó un paraíso en mitad de la urbe: las Hermanas Esclavas de Cristo Rey de Burlada, junto a Pamplona, nos trataron como a reyes. Asignación de habitaciones, bocata y a la cama. Pero antes una cerveza acompañada de cazadores alardeando de sus presas. Ya en la cama, ¡vaya frío! Se ve que las mantas del armario estaban para usarlas…
A la mañana siguiente, desayunamos y salimos en coche hacia Urroz, a 40km de Javier, donde bajo las órdenes de aquellos «viejos» expertos y la exquisita organización de los «jóvenes» inexpertos, comenzamos el camino. Pasos, pasos y más pasos. Pausados. Perfectamente guiados. Casi cuatro horas después, llegamos a San Vicente. La misa se celebra dentro de una Iglesia y no al aire libre en sus alrededores como años anteriores. Por lo visto un milagro. Por si fuera poco, los sacerdotes que celebraron antes nos dejan una reliquia de San Francisco de Javier y una imagen suya. Casualidades. Diosidades.
Tras la misa, jamón, pan, pollo, pan, lomo, pan, chorizo y más pan. Vino, vino y un poco más de vino. Comimos. Bebimos. Descansamos. Nos fuimos. Caminando, casi todos, mientras unos pocos conducían los coches escoba. ¡Qué gran invento el del coche escoba! Creo que soy más de barrer que de caminar. No se puede ser perfecto.
Los coches se van llenando de niños de los que apenas sabes su nombre y con edades que ya no recuerdas siendo los míos mucho mayores. Mientras todos disfrutan de las vistas de las rocas y los buitres, se organiza una guardería improvisada. Se ve que el corro de la patata ya no gusta. Las sílabas y las palabras encadenadas parecen ser para otras edades. Se decantan por la zapatilla por detrás, tris, tras, y por un juego de alto riesgo para los adultos que apenas conocemos sus nombres: escalar muros desconociendo lo que se esconde tras ellos. «¡Oye, tú, niño, no, tú no, tú, el de rojo, sí, tú: cuidado por ahí!» Por fin llegan sus padres y los miedos desaparecen. Benditos adolescentes. Los niños son un peligro, sobre todo si no son tuyos.
Tras la peregrinación, regreso a Burlada. Ducha, cena, Adoración. Un lujo tras un largo día de caminata y conducción. Momentos de reflexión, de oración. Momentos de unión con Él. Momentos de agradecimiento. Momentos. Momentazos.
Después comienza el afterhours, un revivir de la época de los minis de plástico, hielo a dos manos, pistachos, anacardos, chuches y más chuches. Regado por Larios y algo más. Mola mazo. O dabuten, que nuestras canas nos delatan. Y descanso. Muy merecido para los peregrinos, no tanto para los que barríamos.
El último día, Vía Crucis al alba. O al menos eso me han contado, que algunos ya no tenemos edad para madrugar tanto… Desayunamos, y volvimos en coche a Javier. Bonita explanada. Impresionante despliegue. Estos navarros saben cómo organizarlo. Un cura showman ameniza la espera. Poco a poco se llena la «plaza». Comienza la misa. Preciosa. Francisco de Javier se hace notar.
Los jóvenes lo celebran. Izan las banderas hasta lo más alto. Cantan. Gritan. Bailan. Agradecen. La Mater, como se refieren cariñosamente a la Virgen, les acompaña. Siempre juntos. Foto de familia. De familias. Padres, hijos, chicas, chicos, monjas, sacerdotes. Un arzobispo, el de Tudela. Un alcalde, el de Madrid. Gente nueva, gente buena: siempre te llevas lo mismo de estas experiencias. Y encima con buen tiempo. Nos dicen que todo esto es casualidad y que no ha ocurrido nunca antes. No me lo creo.
Al final, abrazos y besos. Sonrisas y lágrimas. Emoción a raudales. Mi primera Javierada. La primera de muchas. Decía el Padre Kentenich, fundador del Movimiento Apostólico de Schoenstatt, que «a caminar se aprende caminando; a amar, amando». Así es y así lo he sentido. ¡Hasta el año que viene!
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