viernes, 31 de marzo de 2023
Estatua de San Pedro en la Ciudad del Vaticano / Pixabay
Acaba de terminar el Sínodo de la Iglesia alemana. Y sus conclusiones para mejorar y abrirse al mundo de hoy no han podido ser más mundanas, más propias de la famosa agenda de la ONU para 2030, que de la institución religiosa que es.
¿Qué piden? ¿Qué proponen? Nada que no pida un progre, una feminista, un apóstol woke de hoy sin nociones de moral católica: bendición de parejas homosexuales, asunción de la ideología de género y ordenación sacerdotal de transexuales, celibato opcional de sacerdotes, diaconas para celebrar bautizos y bodas (aunque en realidad querían la ordenación sacerdotal de las mujeres), aceptar los métodos anticonceptivos, revisión del aborto…
Podrían haber indagado en por qué las iglesias se quedan vacías, la media de edad de los feligreses es de 65 años, cómo hacer las liturgias más amenas para niños, renovar el sistema de catequesis infantil y juvenil, en abrir los corazones de los jóvenes para aumentar la participación y descubrir si tienen o no vocación para seguir a Cristo, abrir las parroquias al apostolado de los matrimonios o llevar a cabo una evangelización de las familias eficaz, amena, cercana… Pero no. Se han quedado en lo mundano, en lo que hoy «lo peta», que es lo de siempre. Y ya lo dijo el Papa Francisco: «ya hay una buena Iglesia evangélica en Alemania. No necesitamos dos».
¿Por qué? Porque en realidad en Alemania, su Iglesia católica carece de ese corazón de madre acogedora que enseña y forma los corazones de sus hijos. Se ha instalado en la comodidad que te otorga estar forrada: imagínense el dineral que tiene, que es la Iglesia local que más dinero aporta a la Iglesia necesitada y es además el segundo empleador del país. La vida dentro de la institución es un salvo conducto para vivir bien y, para muchos, no es una respuesta a su vocación, sino un modo de vida: sacerdotes solteros, con dinero (el sueldo medio de un sacerdote en Alemania ronda los 41.000 euros, y las educadoras infantiles de las guarderías, las secretarias y los organistas también ganan lo mismo, según la web laboral kununu.com), con oficio, vacaciones, días libres, secretarios, feligreses entregados a los que dejar las decisiones y gestiones pesadas o menos agradables…
Puesto que para muchos no es una vocación, desean cosas que en su contrato no aparecen: casarse, tener compañía cuando se jubilan… Y algunos acaban teniendo hijos que la Iglesia tiene que mantener y para ello se necesita dinero. Y puesto que durante mucho tiempo no hubo exámenes psíquicos de admisión en los seminarios del país, durante mucho tiempo fueron los seminarios un coladero de gente no apta. Y durante los últimos 70 años se han cometido abusos sexuales a niños. Y esto es un escándalo mayúsculo.
Por eso el Camino Sinodal de Alemania empezó en 2019, antes que el resto de los caminos sinodales, debido a la publicación, en 2018, de un informe que sacaba a la luz 3.677 casos de abusos sexuales cometidos por miembros de la Iglesia en los últimos 70 años.
Según los datos, un total de 273.000 personas abandonaron la Iglesia católica ese año. Es decir, dejaron de pagar. La cifra en 2021 fue superior: 360.000 personas. Y me temo que en 2022 la tónica será similar. En definitiva, se está quedando sin combustible para tirar de la máquina y, repito, es el segundo empleador de Alemania.
Se necesitan feligreses, aceptación de la mayoría, nuevos católicos declarados que paguen el Kirchensteuer (entre el 8 y el 9 por ciento del sueldo mensual), ese impuesto que sale directamente de la nómina, que te acredita como católico y te permite recibir los sacramentos, y a tus hijos, y el día que mueras, enterrarte en un camposanto de la Iglesia.
¿Y si no pagas? Estás fuera.
Al parecer, en Alemania uno no es católico por el Bautismo, como dice el Catecismo, sino porque se paga dicho impuesto. ¿Y si quieres dejar de pagarlo? Apostatas. Esto es, renuncias públicamente de tu fe.
Y si algo tienen los alemanes es que «antes muertos que perder una tradición». Y si esa tradición es pertenecer a la Iglesia católica, se paga. Aunque no vayas más que a recibir el sacramento de turno o le toque hacerlo a uno de tus hijos.
El Papa Emérito Benedicto XVI ya lo dijo claramente en 2011 en Friburgo, cuando habló de las desmundanización de la Iglesia alemana, y lo repitió en una entrevista-libro, Últimas Conversaciones de Peter Seewald, en 2016:
«Efectivamente, tengo grandes dudas acerca de la corrección del sistema tal como es. No quiero decir que no deba haber un impuesto eclesiástico, pero la excomunión automática de quienes no lo pagan no es, en mi opinión, sostenible. […] En Alemania tenemos un catolicismo estructurado y bien pagado, en el que a menudo los católicos son empleados de la Iglesia y tienen, respecto a ella, una mentalidad sindical. Para ellos la Iglesia es sólo la persona que te da trabajo y que puedes criticar. No se mueven desde una dinámica de fe. Creo que esto representa el gran peligro de la Iglesia en Alemania: hay tantísimos colaboradores con contrato que la institución se está transformando en una burocracia mundana. […] Me entristece esta situación, este exceso de dinero pero que, sin embargo, después es demasiado poco y la amargura que genera, la malevolencia de los círculos intelectuales».
Una burocracia mundana. Eso es la Iglesia aquí. ¿Y quiénes son los jefes? Los que ponen la pasta. Y no son los obispos, ni los sacerdotes, ni los vicarios, hombres en su mayoría de oración, pero que no van a morder la mano que les da de comer. Son los laicos que pagan, los que trabajan, los que se han colado dentro de la burocracia y han olvidado la moral. Porque no la viven. Y no la viven porque poco a poco, a lo largo de la historia, este Comité Central de los Católicos alemanes ha ido decidiendo qué hacer, qué decir y cómo decirlo, y no se han ocupado de vivir la fe y formarse en la verdad. Que es la única manera de dar frutos.
Como toda burocracia, lenta al cambio y enrevesada —eso es muy alemán— no creo que finalmente se separen de Roma, pero tampoco que atiendan al Papa. Muchos obispos harán lo que quieran en sus diócesis, así como muchos sacerdotes hacen y dicen lo que les da la gana en sus parroquias. Y al igual que muchos católicos de carné viven su fe como les da la gana.
ESCRITO POR:
Periodista española afincada en Alemania, escribe sobre tendencias y estilo de vida.
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