Otoño manso en Madrid

sábado, 22 de octubre de 2022

Escultura del torero José Cubero Sánchez en Las Ventas / Sayak Dasgupta



Qué imagen la de la Plaza de toros de Las Ventas minutos antes de comenzar la feria de otoño! La estatua del Yiyo, en los aledaños de la puerta grande, parece cobrar vida entre el movimiento frenético de aficionados, algunos despistados, que corren a ocupar sus asientos. La escena es -¡cómo no!- profundamente castiza. Una amalgama de aficionados que se agolpa en los bares cercanos a la Monumental, los carteles emblemáticos («Tu Mahou bien fría») que decoran sus fachadas, y los gritos de «¡Agua fría, agua fría!» dibujan una escena costumbrista en peligro de extinción. Entre el pasar de los aficionados se ven caras conocidas y se oyen conversaciones interesantes.

La de otoño siempre me ha parecido una feria muy especial, ni larga ni corta, con esa dosis justa de afición tan saludable para la fiesta. Este año ha generado una tremenda expectación, con carteles bien rematados y un éxito sin precedentes en la venta de nuevos abonos. Sorprende la cantidad de gente joven que acude con ilusión a la fiesta de los toros.

La imagen dentro de la plaza es un «déjà vu» de tardes y ferias anteriores. Ahí está el tendido 7, bullicioso como de costumbre, pero defensor de una tauromaquia pura y sin engaños, con sus rostros curtidos por el sol y su afición desmedida. A lo lejos, o cerca, depende de cómo se mire, el tendido 3, «el de los ganaderos», con ese perfil de aficionado recto, respetuoso y torista tan necesario para la fiesta. En frente la grada del 8, ese trocito de historia que aún perdura en la plaza de Madrid. Dicen -los de la grada, claro- que desde ahí se percibe toda la plasticidad y grandeza del toreo.

La feria de otoño ha estado marcada por la debilidad y escasa bravura de las ganaderías anunciadas, pero también nos ha dejado ver a una nueva generación de matadores, hambrientos de triunfo y bien preparados, que parece asegurar el futuro de la fiesta.

Sábado 1 de octubre. Ilusión, entrega y la primera oreja de la feria.

La feria comenzó con una novillada picada de mucha expectación: novillos de Fuente Ymbro para un mano a mano entre Víctor Hernández y Álvaro Alarcón, dos de los novilleros más ilusionantes del escalafón. Víctor Hernández cuajó una tarde muy seria, con naturales importantes y toreo fundamental que hablan del buen nivel de este joven novillero. Un final por manoletinas de rodillas terminó por convencer a los presentes, que le otorgaron una oreja de peso en Madrid. Álvaro Alarcón, con la misma verdad con la que ya toreó la pasada feria de San Isidro, resultó herido tras una cornada superficial en el muslo derecho. Continuó su lidia con un gesto muy torero, aunque el torniquete no dejaba de sangrar y la preocupación del público se hizo notar. El joven tuvo que regresar a la enfermería para poder matar a sus dos últimos novillos. Alarcón nos dejó muletazos de gran belleza pero no fue capaz de cuajar una faena redonda.

Domingo 2 de octubre. Román y el templo maldito.

Toros de Adolfo Martín para Adrián de Torres, que confirmaba alternativa, Román y Ángel Sánchez. No puedo ocultar mi debilidad por Román: un torero de valor, con una bravura similar a la que presentan los toros a los se enfrenta. Me he topado con aficionados que le achacan poca habilidad para componer una figura de gran belleza artística. Pero ¿quién quiere arte cuando en el ruedo hay emoción, tensión, riesgo, valor y mucha, mucha verdad? Así es Román, para lo bueno y para lo malo; un matador de estilo antiguo, de los que se acercan a la muerte con la conciencia tranquila. El dos de octubre nos regaló otra tarde de valor. Tragó con su segundo toro, al que terminó dibujando muletazos sueltos de gran profundidad. Pero no estuvo acertado con la espada y perdió su trofeo. Otra vez Madrid, Román, tu templo maldito.

Adrián Torres fue otro ejemplo de entrega. Más acoplado y cómodo con su segundo, al que entendió y le dio la distancia justa para templar muletazos de gran emoción. Tras ser cogido sin consecuencias, falló con la espada y escuchó dos avisos. El calor del público desapareció.

A Sánchez le tocó el peor lote de la tarde. Tuvo pocas oportunidades de lucimiento, pero nos dejó un quite por chicuelinas que supo a gloria. Fue cogido en dos ocasiones, y en la última, tras estoquear el sexto toro de la tarde, resultó herido.

Jueves 6 de octubre. ¿A quién defiende la autoridad?

Novillada picada con seis novillos de Valdellán para Yon Lamothe, Diego García y Jorge Martínez, que fue quien protagonizó lo más destacado de la tarde. Quiso triunfar con el tercer novillo que fue resultón, con poca fuerza pero mucha clase. Toreó con un temple que calentó la plaza, pero los lances más acoplados no llegaron hasta que cogió la muleta con la mano izquierda. Naturales largos y templados de mucho peso; siempre por encima del animal. La estocada cayó baja pero el público apoyó su entrega con una petición mayoritaria. El presidente, la autoridad, olvidando el reglamento, negó la oreja, decisión que pareció más personal que basada en los méritos taurinos del novillero y que fue recibida con una acalorada bronca del público.

Viernes 7 de octubre. Castillos de arena.

Primera tarde de expectación, en la que se colgó el cartel de «No hay billetes». Toros de El Pilar para Diego Urdiales, Juan Ortega y Pablo Aguado. El tendido 7 estaba nervioso. El 9 y el 10, generosos. Y el 3 y el 8, expectantes.

Urdiales, serio y entregado, poco pudo hacer con un primer toro inmóvil y descastado en una faena deslucida que el público despidió en silencio.

Juan Ortega recibió al segundo, también descastado y deslucido pero mejor presentado y con cierta movilidad. ¿Se obraría el milagro? Lo intentó con verónicas templadas -«Oiga, aseadas», me corrigió un aficionado. Comenzó su faena doblándose con un toro que tenía poca fuerza, y al que no pudo acoplarse el sevillano. Continuó la lidia sin ideas y mató mal. Primero, ejecutando la suerte natural. Después la contraria. ¿Qué más darán ocho que ochenta? No hubo tercer intento. Tras el descabello, la bronca fue monumental.

Aguado recibió al tercero con una sensacional lección de toreo de capa. ¡Cuánto lo echábamos de menos! Verónicas templadas, profundas, a cámara lenta. Decía Paula que el toreo nunca se podría ver bien en la televisión porque no hay suficientes fotogramas para inmortalizar la lenta caída de un capote. ¡Qué gran verdad! Aguado parecía sentirse cómodo con un toro que tenía más movilidad y acometividad que sus hermanos. Colocó al toro en el caballo con bonitos y toreros delantales. Ya con la muleta encendió de nuevo la plaza doblándose con el toro. Profundos derechazos y un trincherazo final que pareció eterno. Atropellado y deslucido entre tandas, no terminó de cuajar la faena. La plaza se enfrió. Torear en Madrid es difícil. Palmas.

El segundo de Urdiales, un toro con poca fuerza, pasó sin pena ni gloria. Quizá un torero como él debería plantearse con qué ganaderías debe anunciarse.

Protestado por su escasa presencia, saltó al ruedo el quinto de la tarde. Ortega entendió bien al animal y supo componer una faena con momentos de verdadera emoción. Estocada caída y vuelta al ruedo.
El sexto fue un toro soso y sin entrega. No pudo lucirse Aguado pero sí lo hizo Iván García, con dos extraordinarios pares de banderillas.

Sábado 8 de octubre. ¡Uceda, torero!

¡Qué cartel! No sé quién levantaba mayor expectación. Si Uceda, torero serio y puro que cuando está en maestro es capaz de cuajar faenas que quedan esculpidas en la memoria. O Morante de la Puebla, un torero de época, capaz de lo mejor y de lo peor, la gran figura cuya asignatura pendiente sigue siendo salir por la puerta grande de Madrid. O Ángel Téllez, uno de los toreros más jóvenes e ilusionantes del escalafón y al que se le esperaba como agua de mayo.

Uceda recibió a su primer toro, manso de solemnidad, con un toreo de capa al alcance de muy pocos. Morante se revolvió y respondió en su quite con una verónica sublime. Uceda no se dio por vencido y respondió con unas chicuelinas ceñidas que terminaron de avivar el calor de la plaza. ¡Qué momento! El toro esquivó en lo posible al caballo y se dolió en banderillas, pero todavía le quedaba motor para una faena de muleta torera e importante. Por abajo comenzó Uceda, con un toreo clásico y tremendamente elegante. Media estocada y petición de oreja, pero con un presidente que no quiso atender ni entender al público. Vuelta al ruedo y ovación.

Morante de la Puebla abrevió con el segundo de la tarde y lo intentó con el quinto con el que no encontró opción de lucimiento.

Tellez, triunfador de San Isidro, comenzó su faena con la mano izquierda, citando de lejos a un toro al que no supo entender. Lección aprendida para el joven torero. Lo intentó con la derecha pero el toro apretó y el diestro perdió su sitio. ¿Era un toro para ligar? Quizá con pases sueltos y profundos podríamos haber visto la verdadera calidad de su toreo. Falló reiteradamente con los aceros. Seguiremos esperando.

Domingo 9 de octubre. Más plata que oro.

Para la última corrida de abono se anunciaban Miguel Ángel Perera, Juan Leal y Álvaro Lorenzo con toros de Fuente Ymbro. El tiempo acompañaba en un día de otoño especialmente soleado que nos dejó disfrutar de una comida excepcional: un arroz en paella hecho a la leña con madera de olivo y ramas de romero. Y una botella de Marqués de Murrieta del 71 que terminó de levantarme el ánimo. Fui a la plaza con cierta emoción triunfalista pero me duró poco: ya se encargó Perera de ponerme rápidamente en mi sitio con una aburridísima e insoportable sucesión de trapazos escondiendo la pierna. Una lección de toreo ventajista llena de engaños y trampantojos. El golpe en la mesa lo dieron los subalternos. Cuatro hombres de plata -Javier Ambel, Fernando Sánchez, Curro Javier e Iván García- y uno de oro -el picador Vicente González, que recordaron al tendido, más triunfalista y dominguero que de costumbre, cómo se ejecutan las suertes. Es una pena que los efectos de ese viejo Murrieta no fueran suficientes para soportar el engaño de Perera. Sentí cierta envidia sana al escuchar la ovación de algunos tendidos de sombra. ¿Qué habrán bebido ellos? «Probablemente algún vino con mayor grado alcohólico», pensé cuando ví esos pañuelos blancos.


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