miércoles, 12 de abril de 2023
La vicepresidenta segunda del Gobierno y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz, durante su discurso de más de una hora en la moción de censura del pasado 21 de marzo / Congreso
He asistido recientemente a varios concursos escolares de oratoria, en los que los alumnos usan sus exposiciones y réplicas para convencerte de una postura acerca de un tema. Rara vez lo logran, principalmente porque hablan de temas que ni les van ni les vienen, y que les toca defender o atacar por sorteo. Y por eso mismo pocas veces usan sus emociones.
Suelen ser intervenciones muy técnicas en oratoria y en el uso de datos o evidencias, a veces incluso con recursos comunes en la retórica. Pero son discursos irreales y poco convincentes. Logran ser gente que dialoga de verdad, que habla y que escucha, pero no se emocionan ni emocionan. Ni luchan.
En el panorama político actual sucede todo lo contrario. Hay lucha, confrontación, ira incluso, emoción y alusiones personales propias o ajenas. Pero no hay oratoria, porque ni se habla ni se escucha. Hay prejuicios e ideologías sin diálogo. No se habla a un público sino a un contrincante. No se replica ni se contesta, sólo se hace uso del turno de palabra. Todo lo contrario a la oratoria escolar.
Es inaudito que algún político reconozca en una tribuna que está equivocado o que pregunte a su oponente con interés genuino por conocer mejor su posición. Y menos aún que acabe votando a favor de la propuesta de su contrario. Decía un conocido diputado español ante los constantes y agresivos ataques en el foro que «para qué intentar convencer a quien luego no te va a votar». Y prefería no explicar su postura.
Sin embargo, paradójicamente, educamos a nuestros alumnos para que vivan en un mundo diverso y respetuoso. Y a veces hasta hay que aconsejarles que miren para otro lado. Que ante las broncas, los insultos y los gritos de la política actual, ellos aprendan a escucharse y a expresarse de manera cívica y humana.
En lo que sí coinciden los políticos actuales y los aprendices del futuro es en que no convencen. Los jóvenes, porque sólo debaten para ejercitarse; y los mayores, porque no se escuchan ni están ellos mismos convencidos de tener algo bueno que transmitir.
A unos y a otros les diría que se puede conversar con quienes no están de acuerdo, como sostiene la profesora argentina Guadalupe Nogués. Esta oradora de TEDx Talks y autora de «Pensar con otros» sostiene que, para convencer, no bastan las evidencias. Y propone separar las ideas de las personas. Llega a manifestar, que de esta manera, podríamos incluso llegar a estar más unidos a los de la otra postura pero que quieren dialogar, que a los intransigentes de la nuestra.
E igualmente les recomendaría a nuestros políticos y adolescentes que siguieran las ideas de Chris Anderson, el inspirador de TED. Porque «hay ideas que vale la pena difundir» y se puede cambiar el mundo con ellas si lo hacemos bien. Su consejo fundamental es estar convencido de que sabes algo que interesa a los demás. Luego da también algunos consejos más prácticos: limitar la charla a una única idea, ofrecer una razón para prestar atención, construir el argumento por partes entendibles, y hacer que valga la pena compartir esa idea.
Recomienda preguntarse antes de hablar: «¿A quién beneficia esta idea?» Y es necesario que la respuesta sea sincera. «Si la idea solo le sirve a ti o a tu organización, entonces, lo siento, quizá no valga la pena difundirla. El público lo notará en ti. Pero si crees que la idea tiene el potencial para alegrarle el día a alguien o cambiar la perspectiva de otra persona para mejor, o inspirar a alguien a hacer algo de manera diferente, entonces tienes el ingrediente clave para una charla genial, que puede ser un regalo para ellos y para todos nosotros».
Ante la polarización de la política y la inutilidad del discurso no olvidemos que seducir, convencer o influir es posible si estamos convencidos de que tenemos algo que ofrecer.
Los gestos más motivadores que he visto en la arena política de nuestro país han sido los cambios de opinión. Dos casos de líderes de la izquierda radical que han reconocido sus errores y la valía de un oponente. Y otro de un diputado de derechas que escuchó con respeto y halagó a otro al que todos despreciaron.
Porque las competencias en las que formamos a nuestros alumnos y futuros ciudadanos o políticos no son «saber expresarse en público», sino saber difundir las buenas ideas aunque no sean tuyas, saber inspirar, y ser capaces de hacer un mundo mejor entre todos. Pensar con otros y convivir.
ESCRITO POR:
Adrianey Arana es profesor de colegio y autor de «Escúchame con los ojos».
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