jueves, 10 de noviembre de 2022
Xi Jinping, presidente de China y del Partido Comunista del país / Michel Temer
Como quedó de manifiesto durante las sesiones del XX Congreso del Partido Comunista de China, PCC, celebrado en Pekín entre el 16 y el 22 de octubre, las prioridades de los líderes comunistas del país para los próximos años son la política, los retos y el desarrollo interiores.
Los hitos marcados por el Congreso para China son transformarla en una «sociedad plenamente modernizada» en 2035, para poder convertirse en una «potencia global fuerte» en 2050. Todo el énfasis de lo que haga el gobierno chino a partir de ahora estará dirigido y subordinado a conseguir esas dos metas temporales. La política exterior, especialmente en lo que se refiere a las relaciones de China con Occidente, no será una excepción y, en consecuencia, estará al servicio de los objetivos de su política interior.
Desgraciadamente, algo tan obvio no parece ser lo que hacen algunos gobiernos de países de Occidente, de Estados Unidos y de la Unión Europea, que están dispuestos a sacrificar el bienestar y la seguridad de sus ciudadanos -la que debería ser su primera obligación- por razones en algunos casos incomprensibles y en otros bastardas.
Para todo esto, la dirigencia comunista china desearía contar con un entorno internacional pacífico, estable y predecible. Sin embargo, la evaluación que hace de este -principalmente, de su relación con Estados Unidos- es muy pesimista: el primer día del Congreso, el jefe del Estado, Xi Jinping, al hacer balance sobre la política exterior china, utilizó un lenguaje muy duro al referirse a Estados Unidos, afirmando que su país había tenido que hacer frente en el último lustro al «chantaje», al «bloqueo», a la «contención» y a la «presión extrema» de Washington. Actitudes ante las que, según Xi, «China se había mantenido firme».
Una prueba del clima actual de las relaciones sinoestadounidenses fueron las palabras que el ministro de Asuntos Exteriores de China, Wang Yi, espetó al nuevo embajador de Estados Unidos ante el gobierno de Pekín, al recibirle por primera vez una vez concluido el Congreso del Partido Comunista y después de haberle hecho esperar seis meses desde su llegada a la capital china: «Estados Unidos no puede hablar a China desde una posición de fuerza».
La política china de mostrarse fuerte y firme frente a Estados Unidos continuará. De hecho, China se ha marcado una hoja de ruta hacia el futuro distinta de la de Occidente y presidida por lo que los dirigentes chinos definen como la «modernización de China con sus propias características» y sustentada por una «diplomacia con características chinas»; es decir, parafraseando en ambos casos el mantra histórico del PCC del «socialismo con características chinas».
Durante su XX Congreso, la dirección del PCC ha mostrado confianza en sí misma, autoafirmación y ninguna voluntad de dar un paso atrás, lo que refuerza la impresión de que China y Estados Unidos se encuentran en rumbo de colisión, porque su disputa es vivida como sistémica y existencial por ambas partes.
Ante este reto, los líderes chinos dicen contar con el apoyo de la mayoría de las naciones de Latinoamérica, de África y de Asia y, además, dicen estar en posesión de encuestas que revelarían que las generaciones jóvenes de ciudadanos occidentales son menos críticas, incluso hasta favorables, hacia China y al papel que ésta pretende desempeñar en el mundo.
Por último, Xi, en su alocución de apertura del Congreso, subrayó de manera enfática que la China continental y Taiwán se reunificarán y que «China utilizará todos los medios a su disposición, incluidos los militares» para conseguir ese objetivo nacional prioritario.
Este pasaje de su discurso fue, por cierto, el que suscitó la ovación más larga e intensa por parte de los asistentes al Congreso.
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