«Sólo guau es guau»

martes, 7 de marzo de 2023

La ministra de Derechos Sociales y Agenda 2030 y secretaria general de Podemos, Ione Belarra, durante el debate del Proyecto de Ley de Bienestar Animal el pasado 9 de febrero / Congreso de los Diputados.



Ha sorprendido en algunos medios la inclusión de la despenalización de la zoofilia en la nueva ley de Bienestar Animal. Eso sí, siempre que no se cause daño al animal, que vendría a ser para este tipo de «relaciones» lo más cercano al «consentimiento» (término tótem de este gobierno «progresista»). Sin embargo, para quienes hemos estudiado la tradición utilitarista (que forja el pensamiento político contemporáneo tanto a derecha como a izquierda), nada hay más lógico y coherente. Hace unos doce años lo señalé en un trabajo sobre la justificación del infanticidio en Peter Singer (filósofo utilitarista adalid del animalismo). Advertía de que las ideas de Singer se irían imponiendo, pues son la consecuencia coherente de las premisas éticas y antropológicas que asume una gran parte de la sociedad. Eutanasia, aborto, contracepción –por poner algunos ejemplos–, han sido aceptados desde hace bastantes años. En cambio, infanticidio y zoofilia todavía no gozan de amplia aceptación. Al primero ya se le está abriendo la puerta en la legislación de algún Estado en USA, como California. Respecto a lo segundo, tenemos en España al muy mucho «progresista» gobierno PSOE-Podemos para su normalización.

El Utilitarismo cifra el criterio de moralidad en el Principio de la Mayor Felicidad, entendiendo esta como sinónimo de «bienestar» o «placer».  Ese ha de ser el fin de la acción humana para esta filosofía: procurar una existencia feliz (placentera) «en la mayor medida posible, a todos los hombres. Y no sólo a ellos, sino, en tanto en cuanto la naturaleza de las cosas lo permita, a las criaturas sintientes en su totalidad» (John Stuart Mill, El utilitarismo, 1863). Si la felicidad consiste en el placer, el deber moral de procurarla ha de referirse a todos los seres capaces de sentir.

Tal «hermanamiento» entre el ser humano y las demás especies sintientes es algo que venía configurándose en la tradición empirista desde comienzos del siglo XVIII. Así, Hume afirmará en su Tratado de la naturaleza humana: «no existe criatura humana, e incluso sensible, cuya felicidad o desgracia no nos afecte en alguna medida cuando nos está próxima y su situación viene representada en vivos colores». Y antes que él, Shaftesbury, hacia 1700, exclamaba: «cuántos son los placeres de participar del contento y deleite de los demás, de recibirlos en amistad y compañía; y recogerlos, de alguna manera, de los estados placenteros y felices de aquellos que nos rodean, de las narraciones y relatos de tales felicidades, de las mismas expresiones, gestos, voces y sonidos, incluso de criaturas ajenas a nuestra especie, cuyas muestras de alegría y contento podemos de alguna manera distinguir». Cuando el placer y el sentimiento fueron puestos en la base de la ética, era cuestión de tiempo que los animales formaran parte de la preocupación moral tanto como los seres humanos. Y en algunos casos más.

Así, Singer, probablemente el pensador utilitarista más coherente, introdujo hace ya 40 años la distinción entre ser humano y persona para sentenciar que ni todo ser humano es persona (es decir, sujeto de derechos), como sucedería con los fetos, niños recién nacidos o enfermos de Alzheimer, ni toda persona es ser humano, como sucedería con los animales capaces de sentir placer y dolor con cierto grado de «autoconciencia», a quienes deberíamos reconocer, por tanto, ciertos derechos. En el horizonte se otea, pues, el veganismo obligatorio, el reconocimiento de nuevas relaciones conyugales (ahora también inter-especies), aparte de otras conductas como la pedofilia: recuerden que el quid está en el placer y el consentimiento… Pero no será posible combatir esta cultura deshumanizadora y aberrante hacia la que nos dirigimos (en la que, en parte, estamos ya), sin atacar los pilares sobre los que se asienta; en otras palabras, sin dar esa batalla cultural que en ciertos ámbitos conservadores pone tan nervioso porque va más allá de los cuadros de Excel de los programas económicos…

ESCRITO POR:

Doctor en Filosofía por la Universidad Complutense (Premio Extraordinario) y Master en Bioética por la Universidad Rey Juan Carlos. Autor, entre otros escritos, de «Obligación y consecuencialismo en los “moralistas británicos”» y «Socio-política del hecho religioso». Es Profesor de Filosofía