Suresnes, 50 años

domingo, 29 de septiembre de 2024

Felipe González recibe en La Moncloa a Bruno Kreisky y Willy Brandt en 1984, diez años después del Congreso de Suresnes | Pool Moncloa



Del 11 al 13 de octubre de 1974, hace ahora cincuenta años, tuvo lugar en Suresnes, que es una especie de barrio de París en la orilla izquierda del Sena, un congreso del PSOE en el exilio, porque entonces era ilegal en España, que va a tener unas importantísimas consecuencias para la vida política española hasta nuestros días.

Conviene recordar algunos aspectos de la situación política en España y en Europa de entonces para entender el desarrollo y el resultado de aquel congreso.

El 25 de abril de aquel año 1974 los militares portugueses llevaron a cabo la Revolución de los Claveles, acabando con la dictadura que llevaba casi cincuenta años gobernando Portugal; los primeros pasos de los protagonistas de aquella revolución incruenta apuntaban a la instauración de un régimen muy de izquierdas, con un Partido Comunista, que no había querido unirse al eurocomunismo de Marchais, Berlinguer y Carrillo, y con grupos aún más radicales.

El 24 de julio también de ese año el régimen dictatorial que los coroneles griegos habían implantado siete años antes cayó dejando a Grecia en una situación de inestabilidad.

Y en España el mes de julio había visto cómo Franco era hospitalizado con una flebitis bastante grave, hasta el punto de que el día 19 había nombrado al entonces Príncipe de España, D. Juan Carlos, Jefe del Estado en funciones. Esa enfermedad y el propio aspecto de Franco anunciaban de forma indisimulable que le quedaba muy poco tiempo de vida y, por consiguiente, también a su régimen.

Estos tres acontecimientos encendieron las señales de alarma en todos los países libres de Occidente. Un régimen aliado de la Unión Soviética de Brezhnev en Portugal; una situación muy inestable en Grecia, con el rey Constantino expulsado; y un futuro nada claro en España, donde la oposición al franquismo estaba encabezada por un partido comunista que, si bien era eurocomunista, no dejaba de ser eso, comunista.

En todas las cancillerías europeas y también en el Departamento de Estado norteamericano no sólo se analizaban con mucho cuidado las circunstancias de esos tres países del Sur de Europa y la importancia estratégica que tenían en aquellos momentos en que la guerra fría estaba vigente, sino que también se estudiaban las maniobras que se podrían llevar a cabo para impedir que los tres cayeran en manos de regímenes hostiles a lo que eran los países libres de Occidente.

La Europa democrática de entonces estaba terminando lo que los franceses han denominado Les Trente Glorieuses para designar los treinta años que van de 1945 a 1975 en los que se produjo un fuerte crecimiento económico, un acusado aumento del nivel de vida y la consolidación del estado de bienestar en la mayoría de los países desarrollados, en los que habían tenido un papel destacado los partidos y los líderes de la socialdemocracia europea.

Estos líderes eran personalidades de la relevancia de Willy Brandt, François Mitterrand, Olof Palme o Bruno Kreisky, que se plantearon el problema de España en los siguientes términos: ¿por qué en España el partido socialista, hermano de los suyos, no tenía apenas presencia en la oposición al franquismo? Ellos tenían claro desde que acabó la II Guerra Mundial, y la experiencia se lo había demostrado, que para impulsar el desarrollo y la prosperidad de sus naciones la economía de mercado era el instrumento más eficaz y, por tanto, hacía años que habían abandonado el marxismo y las pretensiones de implantar ese socialismo real que estaba fracasando clamorosamente en el este de Europa. Más aún, esos líderes socialdemócratas habían hecho del anticomunismo una de sus señas de identidad

Y volvían a la pregunta ¿por qué en España, que ya había alcanzado un desarrollo económico, social y cultural que se asemejaba al de los países desarrollados, el partido líder de la oposición era el comunista mientras el socialista era prácticamente inexistente?

No creo que aquellos líderes europeos se pusieran a profundizar demasiado en la historia del PSOE, que era su partido hermano, porque lo que les interesaba con urgencia era encontrar una solución al problema capital que se habían planteado: cómo evitar que, en España, donde era evidente que muy pronto habría una democracia, la única alternativa de izquierda fuera la comunista.

Pero para entender lo que significó Suresnes en la historia del PSOE, y también en la de la España actual, sí que puede ser esclarecedor asomarse, siquiera un poco, a la trayectoria de los socialistas hasta ese congreso, que les resucitó.

Aquí hay que saber que el PSOE acumuló tantos errores, horrores, robos y crímenes durante la Guerra Civil que, al terminar ésta, se encontró absolutamente desarbolado, aparte de completamente dividido en facciones que se odiaban de forma demencial. De ahí que el PSOE, que había sido desde finales de los años diez el partido español más articulado y poderoso en parte gracias al apoyo tácito pero real que le ofreció la dictadura de Primo de Rivera, a partir de los años cuarenta prácticamente desapareció del panorama; desde luego, del panorama interior de España, pero también del exilio, porque no paraban de tirarse los trastos a la cabeza los unos a los otros.

Sin meterse para nada en la triste y siniestra historia del PSOE de la Guerra y la posguerra, aquellos grandes líderes socialistas europeos apostaron en Suresnes, con Mitterrand allí presente, por el jovencísimo Felipe González (32 años) como líder indiscutible de esa socialdemocracia que había que crear en España para afrontar el postfranquismo y, al mismo tiempo, frenar al comunismo, por muy eurocomunismo que fuera.

Felipe González y su equipo sevillano eran un grupo de jóvenes que no habían entrado en el PCE, que era el sitio al que, de forma bastante lógica, llegaban todos los que querían luchar contra el régimen de Franco; y que tenían a los partidos socialdemócratas europeos como sus modelos. Y, por supuesto, que no tenían nada que ver con el PSOE de la Guerra Civil y de la postguerra, ni con Indalecio Prieto, ni con Negrín, ni con Besteiro. Eso sí, para que no se notara que esas siglas de las que se habían apropiado no habían estado presentes en la resistencia antifranquista y para simular un cierto izquierdismo, los de ese PSOE recién refundado incluían en sus discursos algunos exabruptos izquierdistas y algunas declaraciones de fe republicana y antimonárquica.

La jugada no pudo salir mejor. Efectivamente, en España había sitio para un partido de esas características. Además, acertaron con el líder, un chico guapo, elocuente, hábil en sus combates dialécticos, moderado y con indudable carisma a la hora de atraer y seducir a las masas. Claro, que tuvo que vérselas con otro líder que también era guapo, elocuente y bastante carismático que, además, había pilotado la Transición a la democracia, Adolfo Suárez, que le ganó dos elecciones. Al perder las segundas, Felipe tuvo un rasgo de gran político, el de desafiar a su partido (formado por algunas reliquias Ramón Rubial, por algunos restos de los pocos universitarios que en 1956 se habían enfrentado al régimen Gómez Llorente, por algunos, no muchos, sindicalistas del País Vasco Nicolás Redondo, por bastantes prófugos de la democracia cristiana que, animados por la teología de la liberación que impulsó el Concilio Vaticano II, encontraron su sitio ahí Gregorio Peces-Barba, y por una legión de oportunistas) exigiéndole que, como los alemanes en Bad Godesberg, suprimieran el marxismo de los estatutos del partido, donde figuraba, desde su fundación en 1879, como el eje ideológico que tenía que dirigir sus políticas. El órdago, bien planteado, le salió bien a Felipe, que vio así absolutamente reforzado su liderazgo. Y no digamos nada cuando tres años después arrasó en la Elecciones Generales de 1982.         

Al recordar Suresnes y contemplar cómo los principales protagonistas de aquel acontecimiento tan trascendental están hoy en la oposición radical frente al actual líder del PSOE, se hace necesario analizar qué ha pasado para que aquel PSOE, bendecido por los líderes más importantes que ha dado la socialdemocracia europea, se haya convertido en la caricatura bolivariana que es hoy. Quede eso para otra ocasión.

ESCRITO POR:

Licenciado en Filosofía y Letras (Filología Hispánica) por la Universidad Complutense, Profesor Agregado de Lengua y Literatura Españolas de Bachillerato, Profesor en el Instituto Isabel la Católica de Madrid y en la Escuela Europea de Luxemburgo y Jefe de Gabinete de la Presidenta del Senado y de la Comunidad de Madrid, ha publicado innumerables artículos en revistas y periódicos.