viernes, 25 de noviembre de 2022
Hombres haciendo cola a la entrada de un comedor social en Chicago, en 1931 / U.S. National Archives and Records Administration
El 24 de julio de 1933, cuando se cumplían cien días de su investidura, el entonces presidente de los Estados Unidos Franklin D. Roosevelt pronunció un discurso en el que hizo balance de las cosas que su administración había logrado en esos algo más de tres meses primeros de gobierno. Roosevelt había llegado a la presidencia en el apogeo de la Gran Depresión, con el paro por encima del 25%, y miles de bancos quebrados como consecuencia de los impagos por parte de empresas y familias. Cientos de miles de personas perdieron sus casas y tuvieron que irse a vivir a poblados chabolistas que, en «honor» del predecesor de Roosevelt, se conocían como «Villahoovers» (Hoovervilles).
Consciente de la importancia y dificultad de la tarea que tenía por delante, Roosevelt convocó nada más llegar al poder un periodo extraordinario de sesiones del congreso que duró casi tres meses y durante el cual se aprobaron entre otras cosas 15 leyes importantes para tratar de atajar la crisis. Las leyes se aprobaban a tal velocidad que Will Rodgers, uno de los comentaristas políticos y humoristas más famosos de la época dijo que «los congresistas en Estados Unidos ya no aprueban las leyes, sino que se limitan a saludarlas al verlas pasar». Ese concepto de los «cien primeros días» sigue utilizándose hoy en día y no es raro que, cuando una persona nueva se pone al frente de una empresa, venga ya con un plan definido de lo que quiere hacer en esos primeros tres meses.
Acostumbrado a que la responsabilidad de gobernar España le llegue como a quien le llega el turno en la pescadería, esperando y sin tener que pelear por ella, el Partido Popular de los últimos años no se ha caracterizado precisamente por su dinamismo y orientación hacia la acción. Cuando, una vez elegido Feijóo como líder del Partido Popular, se preguntaba a su equipo por sus acciones inmediatas, desde Génova utilizaban el concepto de los cien primeros días para justificar, precisamente, que no hiciera nada de calado: «todavía está aterrizando».
La España que podría heredar Feijóo en apenas doce meses no dista mucho en algunos aspectos de los Estados Unidos que recibió Roosevelt: La tasa de inflación más alta desde hace casi más de 30 años; el nivel oficial de paro general en el 13%, y en más del 30% para los menores de 25 años; la deuda pública equivalente al 120% del PIB (o lo que es lo mismo, más de 30.000 euros por persona); agresores sexuales liberados; sediciosos indultados; las instituciones más politizadas que nunca; y, quizá lo más grave de todo, la educación más ideologizada y de peor calidad que se recuerde en el país.
En este sentido, los anuncios de convenciones ideológicas («temáticas») por parte tanto del Partido Popular a nivel nacional como del de Madrid, son un paso en la dirección adecuada. Pero no es suficiente: antes de que lleguen las próximas elecciones, el Partido Popular debe tener, no ya pensadas, sino redactadas y acordadas con VOX (de quien, le guste o no, dependería su hipotético gobierno) todas las leyes y procedimientos necesarios para deshacer, tan pronto como llegue al poder, las leyes nefastas con que los españoles hemos pagado un año más de Pedro Sánchez y sus socios en La Moncloa.
El Partido Popular ha tenido tres años para hacerlo, y todavía tendrá uno mas. Es frecuente entre algunos políticos dejar el cumplimiento de las promesas para el final de la legislatura, y así tomar algo de impulso de cara a las siguientes elecciones. Pero España no está para eso esta vez: todo debe hacerse en cien días. Como máximo.
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