La mujer poderosa

viernes, 27 de enero de 2023

Las ministras Montero, Rodríguez e Igualdad en una rueda de prensa el 8 de marzo / Pool Moncloa-Fernando Calvo



Siete hermanas, colegio de niñas, revistas femeninas y de estilo de vida… Puedo decir que el ambiente de mi vida ha sido eminentemente femenino. Me han inspirado las vidas de Isabel La Católica, la pequeña santa Bernadette, la señora Roosevelt, algunos hombres buenos y, por supuesto, mis padres. Y alguna de mis jefas y colegas de oficio, de una valía profesional envidiable.

Mi mundo, a pesar de tanta hormona cambiante, era y es mixto. Amigos, compañeros de clase, profesores, camareros de cafetería, más tarde jefes… Nunca pensé que tenía que rivalizar con ellos. Porque nací en un país donde la libertad está conquistada. Donde las mujeres son la otra mitad que paga, aunque en la ecuación puedan ganar menos y sea realmente injusto (sepan que el dinero no empodera a nadie, sólo le acomoda mejor en la vida y a la vez le hace algo más esclavo).

He sentido que podía llegar a donde yo quisiera y que gran parte de ese camino tendría que hacerlo labrándome un porvenir, trabajando en equipo, perfeccionando mis conocimientos, estudiando, dando lo mejor de mí en cada proyecto profesional y personal, sabiendo que, aunque estuviera nerviosa, con miedo e insegura, era mejor enfrentarme que salir corriendo.

No sé qué tipo de vida han tenido la ministra de Igualdad y sus asesoras cuando hablan tan resentidas, dolidas y enfermas de la sociedad española. Hablan de un empoderamiento femenino que, lejos de aupar a las mujeres, las vuelve, desde mi punto de vista, quejicas e insoportables. Señoras, ¿de verdad han crecido en la España democrática? ¿No tienen acaso conquistada la libertad de ser ustedes mismas? ¿De qué empoderamiento femenino hablan cuando hablan?

Señoras, el feminismo pasa irremediablemente por desear la igualdad, por elevar el cartel de su Ministerio a toda la sociedad. Toda lucha que no se encamine a esto es una polarización histérica y rabiosa sin sentido, fruto de una ideología sectaria que no desea el bien común. Todo discurso y campaña dirigida a empoderar a las mujeres y niñas pasa irremediablemente por ponerlas en valor per se, por sí mismas y al mismo nivel que a los niños y los hombres. Ni más, ni menos.

No sé qué ideas tienen en sus cabecitas, señoritas de igualdad, pero de nada sirve empoderar si no hay un ejercicio de toda la sociedad que valore como tal la condición natural de la mujer.  Las mujeres libres, de países desarrollados y democráticos, poseen una naturaleza generosa, lúdica, sociable, multiplicadora, curiosa, resiliente, solidaria, valiente, fuerte, protectora, audaz… que pueden y deben desarrollar. Y en los países pobres, no democráticos y de regímenes totalitarios, tienen la misma naturaleza, pero no la pueden desarrollar porque carecen de medios, pero sobre todo de libertad. Esto es de primero de primero.

Esté donde esté, la naturaleza de la mujer es maravillosa y la del hombre también.

Empoderar pasa por darle un lugar seguro y libre en el que vivir. Donde el amor y el afecto le ayuden a crecer y desarrollarse de un modo equilibrado. Trabajando la autoestima, su fuerza interior para creer en sí misma y valorarse. Sólo así sabrá que lo puede todo.

También pasa por la educación, en la escuela; y que más tarde, si quiere, pueda elegir libremente si ir a la universidad, optar por un puesto de trabajo, dejarlo para tener hijos o no.

Pasa ineludiblemente por la formación moral o ética, para vivir con un propósito, desarrollando el espíritu crítico; ese que le ayudará a tomar decisiones libres e informadas. Porque lo intelectual sin moral envilece, y la moral sin la razón fanatiza. 

Empoderar a la mujer y a las niñas pasa por proponer modelos capaces, de hombres y mujeres, en los que inspirarse, para ser una misma y aportar el valor propio a la sociedad que te rodea.

Este pensamiento «woke» que impera, que quiere distinguirnos y enfrentarnos por cómo somos; mujeres, hombres, negros, chinos, blancos, hetero, homo, trans… pone e inventa problemas donde no los hay. Olvida que la libertad se conquistó hace tiempo y lucha por una igualdad que ellos mismos hacen desigual. ¿No somos ya ciudadanos libres? 

Dejadme que os hable de Bárbara, aunque podría hablaros de Maura, Bella, Milena… y otras muchas mujeres de mi vida. Bárbara es de Armenia. Habla un perfecto arameo y un alemán magnífico. No escribe, pero sí sabe sumar. Sus padres salieron huyendo de los turcos, una vez más, en los años 90. En su carné de identidad dice que tiene 46 años, pero ella sabe que son 43. Sus padres la casaron con un buen hombre de 43, aunque él sabe que tiene 46. Es lo que se hacía: mentir oficialmente para no ser soldado, para que descartaran tu lozanía «por la edad».  Él se formó como mecánico. Bárbara se puso a limpiar porque cuando llegó a Alemania era mayor para seguir estudiando. Bueno no, pero eso decían los papeles. Y se puso a limpiar. Tienen cinco hijos. No sabe leer ni escribir en alemán. Pero eso no le ha impedido ayudar a sus hijos a llegar al final de sus estudios; un mecánico, una enfermera, un celador y dos que aún siguen en la escuela. Desear una mejor vida para ellos, igual que lo desearon para ella y la hicieron huir, darles las herramientas necesarias e infundirles la confianza de que todo se puede. Criar hijos en un país democrático y libre. ¿Es eso empoderar? ¿Se da cuenta, Irene? Proteger y empoderar no es ver problemas o inventarlos, no es reivindicar libertades ya conquistadas por los hombres y mujeres de bien, si no dar herramientas para que, mujeres, niñas y demás minorías o grupos de exclusión, alcancen la autoconfianza suficiente para comerse el mundo. Ya si eso, ministra, me llama y le presento a unos cuantos como Bárbara y su marido; igual sus vidas le inspiran para nuevas políticas de igualdad.

ESCRITO POR:

Periodista española afincada en Alemania, escribe sobre tendencias y estilo de vida.